viernes, 28 de diciembre de 2012

Un portero de película: Robert Hatch


El hombre que está sobre estas líneas es Robert Hatch. El capitán Robert Hatch, para ser más exactos. El héroe de un partido entre un grupo de prisioneros aliados y soldados de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Vale. No cuela. Admito que Sylvester Stallone tiene un rostro muy característico. Robert Hatch es el nombre del personaje que interpretó en la película Evasión o Victoria, rodada por todo un mito del cine, John Huston, en la que Stallone compartió cartel con estrellas como Michael Caine o Max Von Sydow y con futbolistas como Osvaldo Ardiles o Pelé. Aprovechando el día que es, cambiaré un poco, sólo un poco, la realidad por la ficción. Ya se sabe. Un día es un día.

El de Stallone no es el único caso de actor metido a arquero. Carmelo Gómez, por ejemplo, lo hacía también en la película llamada precisamente El portero. En ella, un meta experto en parar penaltis se gana la vida yendo de pueblo en pueblo como una atracción de feria, desafiando a la gente a que trate de batirlo. Uno contra uno. Casi, como aquellos duelos al sol de los westerns. Incluso un compañero de reparto de Stallone en Los Mercenarios, en ambas películas, Jason Statham, también tuvo la oportunidad de meterse bajo los palos. Por su parte, en la adaptación inglesa de la multiversionada Rompehuesos, titulada en este caso Mean Machine. A Statham, en la cinta, le costaba Dios y ayuda no recurrir a las artes marciales para imponerse en su área... Como dicen en la peli, "parece que la terapia está dando sus frutos". El protagonista, con todo, tampoco era un "angelito": Vinnie Jones. Quien no lo conozca, que lea el artículo que he linkeado... Toda una buena pieza...

Lo mismo que el capitán Hatch. A su manera, en este caso. Hatch sólo piensa en fugarse. Y los líderes aliados del campo de concentración quieren aprovechar el partido propagandístico que jugarán nazis y prisioneros para que la fuga sea histórica: todo el equipo. No voy a contar mucho más. Odio los spoilers. Eso sí, sí diré que Stallone, un yankee que se hace pasar por canadiense, tuvo un buen maestro para hacer de portero en la cinta. Gordon Banks, campeón del mundo con Inglaterra en 1966, considerado uno de los mejores guardametas de la historia, capaz de hacer una parada como ésta ante el remate de todo un mito como Pelé, se encargó de su puesta a punto.

Hatch, incluso, lleva una camiseta de un tono azul sospechosamente muy parecido a la de Banks y pantalones blancos... Y no es el único lazo con la realidad. La historia de Evasión o Victoria se basa en el llamado Partido de la Muerte. Para resumir, apuntaré que un grupo de futbolistas ucranianos, organizados bajo el nombre de Start, humilló una y otra vez a los equipos de los nazis. Resultado: los jugadores acabaron en un campo de concentración. Su gesta, no obstante, no cayó en el olvido. En 1971 se inauguró un monumento en los alrededores del ahora llamado Valeri Lobanovski Stadion, antiguo campo del Dinamo de Kiev, donde el Barcelona jugó un partido hace algo más de tres años. Me tocó cubrir ese encuentro y tuve la oportunidad de fotografiarlo, mientras nuestro autocar nos llevaba al campo. En la realidad, por desgracia, no siempre hay finales felices. Mykola Trusevich, el portero del Start, fue asesinado con otros compañeros en febrero de 1943. Stallone, convertido en un portero de película, le rindió seguramente sin querer homenaje cuando se puso en la piel del capitán Robert Hatch en 1981.




lunes, 24 de diciembre de 2012

Un yankee en la Calle del Payaso Fofó: Kasey Keller


El fútbol estadounidense no ha logrado en general exportar muchos de sus practicantes al continente europeo. La única excepción serían sus guardametas, quienes, normalmente, han logrado hacerse con un hueco en la Premier League inglesa.Tim Howard, un meta afectado por el síndrome de Tourette, defendió brevemente incluso la portería del Manchester United. Pero uno de los pioneros, y todo un trotamundos, fue Kasey Keller. "En Estados Unidos muchos niños también quieren ser porteros, mientras que aquí se quedan en la portería los que son demasiado malos para ser jugadores de campo", explicó Keller hace algunos años en declaraciones a la web oficial de la FIFA para justificar el por qué de tanta exportación de guardametas. "Nosotros nos criamos jugando a muchos deportes diferentes, sobre todo béisbol, fútbol americano y baloncesto, desarrollamos una buena coordinación manual y visual", agregó.

Nacido en Olympia, Washington, el 29 de noviembre de 1969, prolongó su carrera deportiva hasta 2011. Los Seatle Sounders fueron su último club. Allí, el 15 de octubre de 2011, con 41 años, colgó los guantes con una victoria por 2-1 ante San José Earthquakes, arropado por más de 64.000 espectadores. No fue una mala temporada. En absoluto. La Major League Soccer, la liga profesional norteamericana, incluso le nombró mejor arquero del campeonato. Todo un premio a una gran trayectoria que no estuvo exenta de premios. Ni de elogios.

En 1989, en el Mundial sub'20 de Arabia Saudí, recibió el Balón de Plata, que le distinguía como segundo mejor jugador del torneo. El mejor, ese año, fue el brasileño Bismarck, pero no convendría despreciar demasiado este trofeo. En 1987, el vencedor fue un tal Robert Prosinecki. En 1999, un tal Seydou Keita. En  2001, un tal Javier Saviola. Y en 2005, para acabar y para no aburrir más con el tema, un tal Lionel Messi. En 1990 estuvo a la sombra de Tony Meola en la selección estadounidense que volvía a una Copa del Mundo en el Mundial de Italia. Sus características, no obstante, no pasaron inadvertidas para el Milwall, su primer club lejos de casa. De ahí pasó al Leicester, conjuntó con el que ganó la Copa de la Liga inglesa, conocida entonces como Coca Cola Cup, y con el que estuvo a punto de repetir título dos años después, en 1999. Al final de esa temporada, con la carta de libertad bajo el brazo, firmó por el Rayo Vallecano.

Los responsables técnicos del conjunto rayista tal vez se dejaron seducir por la enorme actuación que había protagonizado Keller en la Copa de Oro de la CONCACAF en 1998. Estados Unidos, contra todo pronóstico, derrotó por 1-0 a una selección brasileña llamada a rozar el campeonato en el Mundial de Francia y su meta jugó un papel absolutamente decisivo en ese triunfo. Una actuación que le valió el encendido elogio de todo un crack de talla mundial como Romario. "Ha sido, sencillamente, la mejor actuación de un portero que he visto en mi vida", aseguró el baixinho tras el choque. No en vano, ostenta el récord de internacionalidades con la selección absoluta de Estados Unidos, con un total de 102 encuentros en su haber.

En el Rayo estuvo dos temporadas. compitiendo por el puesto con el ex barcelonista Julen Lopetegi y el malogrado Javier Yubero, quien se estrenó en Primera en las filas de la Real Sociedad y falleció a causa de un cáncer de páncreas el 22 de septiembre de 2005, con sólo 33 años de edad. En la primera campaña de Keller en Vallecas, el meta jugó un total de 28 partidos, en los que encajó 43 tantos. Consiguió arrancar un empate con el Barça (1-1) y cayó con el Madrid por la mínima (2-3) en casa, pero se quedó con las ganas de jugar en el Camp Nou o el Bernabéu. Aunque, eso si, vio desde el banquillo como el Rayo derrotaba por 0-2 a los azulgrana. La mayor goleada se la endosó el Espanyol, en Montjuïc (5-1) y, en el transcurso de esa temporada, vio además la única cartulina amarilla que le enseñaron en España.

La segunda temporada no fue precisamente para mejor, si bien el meta estadounidense tuvo la oportunidad de jugar la Copa de la UEFA, después de que el máximo organismo del fútbol europeo invitara a su equipo como premio a su fair play, al ser el menos amonestado del continente. Keller jugó seis partidos en esta competición, encajando tres goles y siendo decisivo ante el Lokomotiv, dejando su marco a cero en ambas rondas, pero acabó cediendo su lugar a Lopetegi. El Alavés, camino de alcanzar el subcampeonato ante el Liverpool, apeó a su equipo en los cuartos de final tras derrotarlo en Mendizorroza por 3-0 y caer por la mínima en Vallecas (2-1). En la Liga, Keller encajó un total de 49 goles en 29 partidos, con siete victorias, 13 derrotas y nueve empates. El Zaragoza, con un 6-1, fue el rival que más le castigó, seguido del Barcelona, que le endosó un 5-1 en el Camp Nou. Tampoco le fue demasiado bien su estreno en el Bernabéu: 3-1.

Al finalizar esa temporada, fichó por el Tottenham, donde permaneció hasta 2005, con una cesión en 2004 al Southampton. Tras ser desbancado por Robinson, firmó por el Borussia Monchengladbach alemán. Obtuvo además el pasaporte germano, por sus orígenes. Su apellido, Keller, significa "sótano" en alemán. En 2007, fichó por un campaña por el Fulham, equipó con el que vivió una agónica salvación de categoría en 2008, algo que los ingleses, con su particular sentido del humor, llaman "The Great Scape" (La Gran Evasión), en referencia tanto a la mayor fuga de un campo de concentración nazi en la Segunda Guerra Mundial como a la película que se inspiró en esos hechos. En 2009, tras un año en blanco, Keller firmó por los Seatle Sounders. Ése fue el último club de un meta que se declara apasionado de las armas, de las motos y del heavy metal. De aquel yankee que, una vez, jugó en la Calle del Payaso Fofó.


martes, 18 de diciembre de 2012

El primer advenedizo: Mattias Asper


Mattias Asper tuvo un dudoso honor. Fue el primer portero extranjero que defendió el marco de la Real Sociedad. Un puesto históricamente reservado para guardametas nacidos en el País Vasco. La Real, además, había sido hasta entonces una auténtica cantera de guardametas, en clara competencia con el Athletic Club. Durante muchos años, la mayor parte de los guardarredes de la Primera División española se habían formado en una de las dos escuelas. Quizás, el más grande representante de la txuri urdin fue Luis Miguel Arkonada, uno de los grandes condenado a pasar a la posteridad, no obstante, por una acción del todo desgraciada que, a la postre, otorgó el triunfo a la selección francesa en la Eurocopa de 1984. Como todo advenedizo, se vio metido casi desde el primer momento en el centro del ojo del huracán. Sus actuaciones, además, tampoco fueron demasiado brillantes. Un Barcelona en los inicios de su caída libre, con Serra Ferrer en el banquillo, en la campaña 2000-2001, le marcó seis goles en casa... Todos, además, en la primera parte del duelo.

Mucho antes ya se había cruzado con los azulgrana. Fue prácticamente un año antes, en la Champions 1999-2000. Sabia cómo podían gastárselas. Su equipo se había adelantado por 1-0, pero él no estuvo muy fino en la jugada que supuso el empate, que llegó tras un testarazo de Abelardo. Dani, también de cabeza, casi en el último suspiro, firmó la remontada para los barcelonistas. Tampoco estuvo muy sembrado el meta sueco. El balón entró no demasiado lejos de donde él hacía la estatua. El segundo partido de la liguilla fue incluso peor. Casi, un presagio: 5-0. Con todo, el resto de sus actuaciones en el AIK sí pareció seducir a los responsables técnicos de la Real. Asper, nacido en Solvesborg el 20 de marzo de 1974, había tenido un estreno brillante con el que fue su segundo equipo en Suecia tras pasar por el Mjallby. Tras su debut con el AIK, su equipo no perdió ningún partido más de liga, lo que le permitió proclamarse campeón. No sólo eso. Fue elegido mejor meta de Suecia en 1998 y 1999.

Ficharlo no fue fácil para la Real. Los tiempos se alargaron lo indecible y el conjunto donostiarra acabó pagando por el 3,6 millones de euros. En Anoeta, no obstante, Asper nunca llegó a sentirse del todo cómodo. A mediados de la campaña 2001-2002, fue cedido al Besiktas, en una operación relacionada con la incorporación de Nihat. El holandés Sander Westerveld le tomó el relevo. El segundo advenedizo de la Real. La del ex meta del Liverpool fue una historia completamente diferente. Capaz de medirse al Barcelona con un dedo lastimado en la Copa de la UEFA, Westerveld fue al final decisivo para ayudar al equipo txuri urdin a eludir el descenso a Segunda y firmó una hoja de servicios excepcional en la temporada 2002-2003, cuando la Real coqueteó seriamente con la posibilidad de reencontrarse con el título de Liga.

Asper, mientras, volvió a Suecia. Esta vez, a la filas del Malmo, donde permaneció hasta 2006, cuando emprendió una breve aventura en el Viking noruego. El Brommapojkarna fue después el puente para acabar regresando al club de su debut, el Mjallby, al que ayudó en su ascenso desde la segunda división sueca hasta la primera. En 2010, además, su nombre volvió a copar los titulares de los periódicos de su país. No por una parada, sino por un gol casi en el último segundo que acabó salvando un punto para los suyos. Fue, además, el primero de su carrera para el meta que fue, en su momento, el primer advenedizo en la portería de la Real Sociedad.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El campeón que se convirtió en cebo: Andreas Kopke


La portería del Barcelona es una de las más exigentes del mundo. Los encargados de defenderla deben tener un carácter especial. Una fuerza especial. Puede ser una atalaya. O una hoguera cruel. En verano de 1996, precipitada ya la salida de Johan Cruyff, quien dos años antes había sentenciado a su hasta entonces último propietario indiscutible, Andoni Zubizarreta, se avecinaban grandes cambios para el conjunto azulgrana. Bobby Robson, escudado por un Jose Mourinho muy lejos aún de convertirse en lo que es ahora, por mucho que apuntara maneras, iba a tomar las riendas. Y el presidente barcelonista, Josep Lluís Núñez, estaba dispuesto a tirar la casa por la ventana. El mercado, además, se había ampliado considerablemente. Gracias a la sentencia Bosman, los jugadores europeos no iban a ocupar plaza de extranjero en ningún país del mercado común. Ya no había cuotas. El único límite era la cartera.

El Barça, aparentemente, se fijó en un veteranísimo portero que se había convertido en héroe en el ocaso de su carrera. Andreas Kopke, quien había permanecido durante gran parte de su carrera en la selección germana a la sombra de Bodo Illgner, aprovechó la Eurocopa de 1996 para resarcirse de su nulo protagonismo en una selección que tocó el cielo en el Mundial de Italia 90, lo acarició en la Eurocopa de Suecia en 1992 y que se vio sorprendida por la mejor Bulgaria de todos los tiempos en el Mundial de Estados Unidos, en 1994. A nivel individual, había sido elegido mejor jugador de Alemania en 1993. Tres años después, la semifinal ante la anfitriona, Inglaterra, le aupó a los altares. Las tablas llevaron a la tanda de penaltis. Ninguno de los dos equipos desaprovechó sus primeros cinco lanzamientos. Pero, al llegar la muerte súbita, Kopke evitó el tanto de Southgate y abrió el camino para el pase de su equipo a la final. Allí, el fallo de un meta que ya ha aparecido por estos lares, Petr Kouba, acabó por conceder el trofeo a Alemania.

Los astros parecían alineados para concederle un final de carrera de ensueño. Nacido en Kiel, el 12 de marzo de 1962, Kopke estaba ya en el ocaso de su trayectoria deportiva, si bien podían quedarle aún tres o cuatro años a un nivel más que aceptable. Los metas son los futbolístas más longevos. Dino Zoff, por ejemplo, consiguió levantar con Italia el Mundial de España, en 1982, cuando contaba ya con algo más de 40 años. ¿El rival de los transalpinos? Alemania. Cómo no. Su destacada Eurocopa estaba a punto de abrirle las puertas del Barcelona. Hasta salió sonriente de las oficinas del club azulgrana, con todo prácticamente hecho para cerrar su fichaje. Un preacuerdo con el Stuttgart, no obstante, fue el gran escollo para que el Eintracht de Frankfurt, su entonces equipo tras pasar, entre otros, por el Hertha de Berlín y el Nuremberg, diera paso al conjunto barcelonista. Además, el gran favorito de Robson, el nuevo responsable del banquillo del Camp Nou, era un Vítor Baía con el que ya había coincidido en el Oporto. Los coqueteos del Barça con Kopke precipitaron al fin su llegada, previo pago de unos seis millones de euros, una auténtica salvajada para la época. Ronaldo, con todo lo que fue en la campaña 1996-97, había costado el doble.

Las puertas del Barça se cerraron, pero se abrieron las del Olympique de Marsella, conjunto cuyas redes defendió entre 1996 y 1998 antes de regresar de nuevo al Nuremberg, donde colgaría definitivamente los guantes en 2001, aquellos que solía lavar él mismo con agua fría el día antes de los partidos. Manías de porteros. Tres años antes de retirarse dejó la selecció alemana, llevándose un último recuerdo amargo. Su último partido oficial fue una derrota por 3-0 ante Croacia, en los cuartos de final del Mundial de Francia, en 1998. Actualmente, no obstante, es el entrenador de porteros de la selección alemana. Se toma su trabajo muy en serio. Una chuleta que le dio a Jens Lehmann resultó al final crucial para que Alemania se abriera paso ante Argentina en los cuartos de final del Mundial de 2006, jugado en casa, tras llegar a la tantas veces cruel tanda de penaltis.

Pero esa no es la única anécdota que adorna su carrera. En la temporada 1993-94, encajó lo que en la Bundesliga se considera como el paradigma de gol fantasma, a botas de Helmer. Aunque el balón no llega a traspasar en ningún momento la línea de gol, el colegiado lo dio por bueno. Poco antes, eso sí, ya había logrado un auténtico golazo. El duelo acabó con triunfo para el Bayern de Múnich ante el Nuremberg, el equipo de Kopke, por 2-1. La liga alemana, no obstasnte, reconoció el error y mandó repetir el encuentro. Algo que, posiblemente, el bueno de Andy Kopke hubiera preferido que no hubiera pasado. Del 2-1 se pasó al 5-0. Posiblemente, uno de los momentos más incómodos de su carrera. A la altura de aquella vez en la que el Barça, aparentemente, utilizó a todo un campeón de la Eurocopa para cazar con reclamo, cuando el propio Kopke fue el cebo que precipitó la llegada de Vítor Baía.

martes, 4 de diciembre de 2012

La asignatura pendiente: Frans Hoek


Lo cuenta él mismo en una serie de vídeos para la UEFA que pueden verse aquí: los porteros no siempre han tenido la atención específica que merece un puesto tan especializado y tan delicado como el suyo. Por eso, Frans Hoek, considerado actualmente como uno de los mejores entrenadores de guardametas a nivel mundial, decidió centrarse en ellos desde muy joven. Nacido en Hoorn, el 17 de octubre de 1956, él mismo probó qué se siente defendiendo las redes de un equipo en la liga holandesa, el Volendam, a cuya disciplina perteneció hasta 1985. Su mayor fama, no obstante, llegó tras colgar los guantes. Una lesión le obligó a dejar la práctica profesional del fútbol con sólo 28 años, pero eso no impidió que siguiera ligado a un deporte y a un puesto que le apasionaban.

Johan Cruyff, entonces en el Ajax, lo reclutó para que se encargara de crear una estructura técnica específica para porteros en este club, durante mucho tiempo uno de los paradigmas de la efectividad de la cantera. Allí, entre otros, trabajaría con Edwin van der Sar, tal vez el primer portero moderno, el primero que se implicó en el juego del resto del equipo, utilizando no sólo las manos, sino también los pies. Su fama fue creciendo, y hasta organizó campus de entrenamiento para porteros en Estados Unidos, con el apoyo de una de las marcas más famosas en equipación para guardametas, Uhlsport. Hoek seguiría bastante más tarde los pasos de su primer valedor y llegaría al Barcelona, de la mano en este caso de Louis van Gaal. A pesar del interés en los porteros mostrado por Cruyff en Holanda, el Barcelona no contaba con un preparador especialista para este puesto en el primer equipo.

Hoek permaneció en el Barça entre 1997 y 2003. Aunque Van Gaal dejó la entidad barcelonista por primera vez en 2000 y llegó a ofrecerle trabajar con él en la selección holandesa, rechazó su oferta. Por sus manos, pasaron muchos porteros. La meta azulgrana, desde la traumática marcha de Zubizarreta, a quien Cruyff anunció que no iba a renovar en la jardinera que llevaba a los futbolistas al avión tras la debacle del Dream Team ante el Milan en Atenas (4-0), estaba poco menos que electrificada. En ella se "quemaron" porteros más o menos consagrados, como Julen Lopetegi o Vitor Baia, o estrellas prometedoras, como Robert Enke, Francesc Arnau o incluso Pepe Reina. Sólo un meta en el ocaso de su carrera, sin nada que perder, como Ruud Hesp, se salvó momentáneamente de la quema. Y sólo por un par de temporadas. Hasta que Van Gaal, primero, y Frank Rijkaard, con más convencimiento, después, apostaron por un jovencísimo Víctor Valdés. Y ahí sigue.

Aunque las teorías y los ejercicios parecen ser lo suyo, a Hoek le faltaría algo muy importante para sacar el máximo rendimiento de sus pupilos: psicología. Les desafiaba a buscar cuál era la mejor manera de protegerse de un sol deslumbrante, bien con lentillas, pintura negra bajo los ojos, como en el fútbol americano, o con una gorra, y a justificar su elección y ponerla a prueba. En cambio, no parecía dársele muy bien meterse en su cabeza. Algo a lo que tampoco sería muy dado el propio Van Gaal. Su relación con los metas que tuvo bajo sus órdenes en su última temporada en el Barça, Valdés, Bonano y Enke, fue más que tirante. Así se lo confesó a una amiga en una entrevista el biógrafo del malogrado portero germano, Ronald Reng, quien presentó su libro sobre Enke la semana pasada en Barcelona.

La carrera como técnico de Hoek no acabó en el Barcelona. Trabajó otra vez con Van Gaal en el Bayern de Múnich y ahora vuelve a hacerlo otra vez en la selección holandesa. Con los años, seguro, se ha hecho más sabio. Más técnico. Incluso tiene una empresa que comercializa material de entrenamiento para porteros. Habrá que ver si la empatía sigue siendo su asignatura pendiente. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Inspirado por los ancianos maestros: Ricardo


La tensión era insoportable. Portugal e Inglaterra se jugaban el pase a la final de la Eurocopa 2004, disputada precisamente en tierras lusas. No había manera de dirimir el vencedor. La tanda de penaltis había llegado a la muerte súbita, después de que fallaran sus lanzamientos David Beckham (los chistes sobre su encuentro con la estrella inglesa del rugby, Johnny Wilkinson, no se hiceron esperar) y Rui Costa. En un instante, todo estaba en las manos de Ricardo, el meta portugués. Nunca mejor dicho.El arquero iba a enfrentarse al lanzamiento de Darius Vassell y, de repente, optó por quitarse los guantes. Una acción que Santi Cañizares, entonces portero del Valencia, aseguró que jamás se le habría pasado por la cabeza realizar sobre el césped. Y mucho menos ante un penalti. Fue una reacción del todo inesperada. Pero efectiva. Así, a la antigua usanza, el meta consiguió atajar el lanzamiento de Vassell.

Más que eso. Acto seguido, le tocaba rizar el rizo transformando la pena máxima que podía dar el pase a su selección a la final. No podía fallar. Y no lo hizo. Su estallido de alegría fue del todo justificado. Una vez acabado el partido, confesó los motivos de su acción, qué le llevo a enfrentarse a Vassell con las manos desnudas: "Fue por instinto. Tenía que hacer algo para motivarme, y pensé en eso". Funcionó. Tanto, como los consejos que le dio quien fuera la primera gran estrella portuguesa, Eusebio, adoctrinado a su vez en su momento por otra leyenda,Yashin: permanecer quieto, impasible, y mirar fijamente a los ojos del delantero. Como si se metiera dentro de su cabeza. Amedrentándolo. Y, al final, forzándolo a fallar.

En un penalti, y mucho más en una tanda de ellos, el portero tiene mucho a ganar y prácticamente nada que perder. A nadie en su sano juicio se le ocurriría culparlo de encajar un tanto en estas condiciones. Pero, si lo salva, desde luego, se convertirá automáticamente en un héroe. Así es el fútbol, tan cruel como imprevisible en muchas, tal vez en demasiadas ocasiones. Para Ricardo, nacido el 11 de febrero de 1976 en Montijo, Portugal, en 2004 esas sensaciones ya le eran muy familiares. Demasiado. En su tierra, jugó entre otros para el Boavista, colaborando en la consecución de su único trofeo de Liga, en 2001, y el Sporting, con el que conquistó una Copa portuguesa. Tras su paso por el conjunto lisboeta, cambio las rayas verdiblancas horizontales por las verticales, jugando durante cuatro campañas para el Betis, donde su estela fue de más a menos. Incluso, se quedó sin dorsal durante la temporada 2010-2011. En enero de ese último año, finalmente, rompió su contrato con el conjunto andaluz y fichó por el Leicester, de la segunda división inglesa, entrenado por el ex seleccionador inglés Sven Goran Eriksson.

Quizás, se sentía en deuda con el técnico sueco. No sólo apartó a su Inglaterra de la Eurocopa de 2004 con su poco ortodoxa parada a Vassell. En el Mundial de Alemania, en 2006, la historia se repitió. En cierto modo. La selección inglesa y la de Portugal se jugaban el pase a las semifinales y todo llegó otra vez a la tanda de penaltis. En esa ocasión, no obstante, a Ricardo no le hizo falta quitarse los guantes ni marcar el lanzamiento definitivo. Con sus manos perfectamente enguantadas, frustró los lanzamientos de Lampard, Gerrard y Carragher (después de que este último tuviera que repetir su lanzamiento al lanzar en primer lugar sin esperar al silbato del árbitro) y Cristiano Ronaldo marcó el tanto que apeaba a los ingleses del Mundial.

Ni en Portugal ni en Alemania hubo final de cuento para los lusos. En casa, Grecia les arrebató el título. En el Mundial, cayeron ante la Francia de Zidane en las semifinales.Ricardo, tras media temporada en el Leicester, volvió a casa para jugar en el Vitoria de Setúbal. Actualmente, forma parte del Olhaense, un modesto club de la coquetona región del Algarve. Allí es donde apura los últimos días de su carrera el meta que decidió inspirarse en los ancianos maestros de la portería para convertirse en héroe ante Inglaterra aquel 24 de junio de 2004.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El "príncipe" díscolo: Edinho


El guardameta cuya imagen vemos justo encima de estas líneas se llama Edinho. Fue portero, entre otros, del Santos en la década de los 90 del siglo pasado y, actualmente, realiza las funciones de ojeador en el cuerpo técnico del primer equipo de este mismo conjunto brasileño, rival del Barcelona en la final del último Mundial de Clubes. Hasta ahí, poca cosa, ¿no? Pero decir  a la vez el nombre del Santos y agregar que el jugador en cuestión se llama en realidad Edson Cholbi Nascimento debería dar muchísimas pistas a los más futboleros sobre su estirpe. Sí, estamos hablando de todo un "príncipe" del fútbol. Su padre no es otro que O Rei, el mítico Pelé, un apodo mucho más conocido que su nombre real: Edson Arantes do Nascimento.

A papá Pelé no le sentó demasiado bien que su vástago, nacido el 27 de agosto de 1970 de su relación con Rosemeri Cholbi, se dedicara a todo lo contrario que a él le dio fama en el fútbol, aunque con el tiempo acabara admitiendo lo complicadísimo que es jugar de portero. Intentaba evitar goles, no marcarlos. Edinho, tal vez sabedor de lo crueles que podían ser las comparaciones, apostó por este giro. Su estreno con el Santos fue toda una noticia en Brasil, desde luego. Pero sus condiciones no eran ni mucho menos las de su famoso progenitor, por mucho que se fuera directamente a las antípodas de su terreno, si bien dejó con intermitencia algunos destellos de clase, todo sea dicho. Su mejor logro con el Santos, no obstante, fue el subcampeonato de la Serie A, en 1995, justo por detrás del Botafogo. Un bagaje demasiado pobre para alguien de "sangre azul", futbolísticamente hablando.

Se inició tardiamente en el fútbol, tras pasar gran parte de su infancia y juvnetud en el extranjero, y eso, para algunos, justificaba el hecho de que se le considerara un portero más bien del montón, por mucho que, tal vez por eso de buscar la estela de la estrella del padre, hubiera quien reclamara su presencia en la mismísima selección canarinha. Como pasa muchas veces con los miembros más jóvenes en otros tipos de realezas Edinho se destacó por llevar una vida desde luego muy poco recomendable. Buscó emociones fuertes lejos de las canchas, llegando a ser condenado por homicidio en 1999 tras verse involucrado en una muerte durante el transcurso de una carrera ilegal. Su condena, a seis años de prisión, no obstante, fue después anulada y en 2005 finalmente fue absuelto.

Ése no fue su único encontronazo con la justicia. En junio de 2005 fue arrestado durante el transcurso de una operación contra el tráfico de drogas. Edinho reiteró su inocencia, aunque acabo confesando su adicción a la marihuana y provocando con ello las lágrimas de su padre. Entonces, no hubo forma de evitar que pasara por la cárcel, donde fue visitado por su famosísimo progenitor, poco menos que la encarnación de todo un dios en Brasil. Las aguas empezaron a volver a su cauce en 2007, cuando el Santos, en deuda eterna con Pelé, decidió incorporarlo otra vez a su estructura técnica como entrenador de porteros. Actualmente, ejerce funciones de ojeador y, por ahora, sus excesos parecen decididamente parte del pasado. ¿Habrá aprendido el "príncipe" díscolo al fin de sus errores? Sólo el tiempo lo dirá.

martes, 13 de noviembre de 2012

De alas y palos: Antoni Ramallets


El Gato con Alas. Así bautizó Matías Prats senior a Antoni Ramallets en el Mundial de Brasil, hace más de 62 años. Su felina figura se transformó también en alada sobre el césped del mítico estadio de Maracaná. Portero, entre otros, del Barcelona y de la selección española, se encumbró deportivamente en ese torneol, el del tristemente célebre Maracanazo. La anfitriona cayó contra pronóstico contra Uurguay y provocó que un jovencísimo Pelé prometiera a su padre que le compensaría por ese disgusto. El astro, que ha visto este pasado fin de semana como Messi igualaba su mejor marca anotadora en un año natural, cumplió de sobras su palabra. Hasta tres veces. Ramallets no pudo competir por el máximo cetro del deporte rey. Su palmarés, no obstante, no anduvo huérfano de títulos. En absoluto.

Fue el meta del primer equipo de leyenda del Barcelona, el de Les Cinc Copes. Como azulgrana, consiguió seis Ligas, cinco Copas y dos Copas de Ferias (la competición que acabó convirtiéndose en la Copa de la UEFA y que ahora, tras múltiples cambios de formato, se denomina como Europa League). A título individual, se proclamó como portero menos goleado de la liga española en las temporadas 1951-52, 1955-56, 1956-57, 1958-59 y 1959-60. Las dos últimas distinciones, además, le valieron el trofeo Zamora, instaurado en la campaña 1958-59 en honor del que, tal vez, fue uno de los primeros mediáticos del fútbol español, guardameta a su vez en la década de los 30 del pasado siglo del Espanyol, el Barcelona y el Real Madrid.

La gran espina, el gran borrón en la carrera de Ramallets, no obstante, fue la Copa de Europa. Rozó el título en Berna, en 1961, en la después conocida como la final de los palos, pero el trofeo acabó al fin por escurrirse de unos dedos que, por aquel entonces, no solían ir enguantados. Los azulgrana estrellaron el balón una y otra vez contra el marco de la portería de su rival, el Benfica. Tanto, que, a la postre, la FIFA acabaría cambiando la forma de los mismos. Dejaron de ser cuadrados y se convirtieron en redondos. Ramallets, según explicaba él mismo, traicionado por el sol, no estuvo tan acertado como en él era costumbre y los portugueses se llevaron el título con un marcador final de 3-2. No pudo despedirse oficialmente del Barça, de su Barça, como quería, si bien en su partido de homenaje, en 1962, ante el Hamburgo, y con 38 años cumplidos, dio aún muestras de su legendaria agilidad ante los disparos de los delanteros germanos.

El Barça fue su último club. En total, disputó 538 partidos como azulgrana. Nacido en Barcelona, el 1 de julio de 1924, empezó su carrera como profesional en el histórico Europa, del también barcelonés barrio de Gracia. A causa del servicio militar, obligatorio en esos tiempos, tuvo que trasladarse a Cádiz y a Mallorca, jugando de esta manera en el San Fernando y en el mismo Mallorca. En 1946, fue fichado por el Barcelona, club que lo cedió en primera instancia al Valladolid, entonces en Tercera División, en cuyas filas logró el ascenso a Segunda. Tras dos años condenado al banquillo, se hizo definitivamente con la titularidad en 1950, tras una lesión ocular de Velasco. Sus actuaciones le valieron a su vez su convocatoria para el Mundial de Brasil. Con España, no obstante, jugó sólo 35 partidos. Suficientes para pasar a la historia. Para escribir una leyenda. La suya. La del Gato de Maracaná. Un gato con el que los palos, tantas veces aliados de los guardametas, fueron crueles en Berna.

martes, 6 de noviembre de 2012

El dolor insufrible: Robert Enke


El día 10 se cumplen tres años de la inesperada muerte de Robert Enke. El portero alemán, ex jugador, entre otros, del Benfica, el Barcelona o el Hannover, decidió acabar con su vida arrojándose al paso de un tren. En ese momento, su carrera deportiva parecía estar enderezándose. Tras iniciar una racha francamente mala en el club azulgrana, una entidad en franca caída libre por aquel entonces, en 2002, había recuperado aparentemente su mejor forma en las filas del Hannover. Su vida personal, no obstante, venía siendo un infierno desde finales de 2006.

En lo deportivo, Enke, incluso, se había convertido en la primera opción para un portería tan endiabladamente exigente como es la de la selección alemana. Así se lo había asegurado el entonces seleccionador, Joachim Low, por mucho que una afección intestinal lo hubiera apartado de los dos partidos más descisivos para los germanos. Mucho se especuló en los días posteriores a su fallecimiento con la posibilidad de que el meta, aquejado por frecuentes depresiones, hubiera desarrollado un miedo irrefrenable al fracaso. Ignoro si ése fue realmente el caso, pero personalmente prefiero pensar que fue otra tragedia, una de verdad, la que acabó por empujarlo a tomar tan terrible decisión. El fallecimiento de su hija biológica, Lara, a los dos años de edad, en 2006, por un problema cardíaco congénito, fue al final una losa demasiado pesada. Abrumadora.

Hasta entonces, Enke había encajado muchos golpes a lo largo de su carrera como guardameta. En las filas del Benfica, por ejemplo, vio como el Celta le endosaba un contundentísimo 7-0 en los dieciseisavos de final de la Copa de la UEFA que, obviamente, acabó por suponer la eliminación del conjunto lisboeta en la temporada 1999-2000. Eso, no obstante, no fue para nada un lastre a la hora de que el Barcelona, en búsqueda desesperada de un relevo a la altura de Zubizarreta, el último guardameta capaz de permanecer hasta ese momento como titular indiscutible durante ocho temporadas, hasta la irrupción de Valdés, apostara por él y lo incorporara a sus filas tras finalizar su contrato con el Benfica. El club azulgrana pujó fuerte por él y acabó por contratarlo, en competencia con otras entidades, como el Espanyol, que también se había interesado por sus servicios.

Al alemán, no obstante, volvió a serle esquiva la suerte en Barcelona. La irrupción de un Valdés en ciernes y las preferencias de Van Gaal por Bonano le dejaron con pocas opciones de jugar. Y, en una de ellas, llegó la eliminación ante el Novelda, en la Copa del Rey. Feo fue también el gesto de Frank de Boer, entonces central barcelonista, que culpó abiertamente al meta de la debacle, por mucho que él tampoco andara del todo fino en ese encuentro. El relevo de Van Gaal por Antic, en un Barça en caída libre, no obstante, tampoco le fue favorable al meta germano. La portería, desde entonces y hasta ahora, fue propiedad casi exclusiva de Valdés.

No sólo eso. Con la llegada a la presidencia de Joan Laporta, aumentó aún más la competencia en su puesto. El nuevo presidente azulgrana llegó con el fichaje de Rustu Recber bajo el brazo. En principio, todo parecía indicar que el internacional turco sería el títular, Valdés el suplente y que Enke no tendría apenas opciones. Rijkaard apostó finalmente por el canterano, y el meta alemán buscó una salida con una efímera cesión al Fenerbahce, club de origen de Rustu. Sólo llegó a jugar un partido. La derrota, por 0-3, ante el Istanbulspor, le puso de nuevo cara a cara con la máxima expresión de la crueldad en el fútbol. Esta vez, fueron los aficionados propios, no un compañero, quienes se ensañaron con él, arrojándole toda clase de objetos desde el fondo, culpándolo otra vez de la derrota.

El club turco rompió su contrato y Enke volvió a Barcelona para acabar jugando de nuevo como cedido en el Tenerife, en Segunda División. El meta parecía resignarse a no volver a la élite, pero el Hannover vino al rescate. Volvió a la Bundesliga y allí recuperó sus mejores sensaciones, volvió a sentirse portero. Incluso escaló hasta alzarse con la titularidad de la selección alemana, un equipo que técnicamente no existía cuando él nació, el 24 de agosto de 1977, en lo que entonces era la República Democrática Alemana. La Eurocopa de 1992, con la derrota en la final ante la sorprendente Dinamarca, fue el primer gran torneo futbolístico para la Alemania reunificada, dividida en dos tras la Segunda Guerra Mundial.

Enke parecía haberse agigantado tras superar tantos sinsabores. Incluso, parecía que su vida personal volvía a estar encarrilada. En mayo de 2009, muchos meses antes de su trágica decisión, adoptó a una niña, Leila, junto con su mujer, la ex pentatleta Teresa Reim, ferviente activista por los derechos de los animales. El fútbol le sonreía, el destino empezaba a volver a hacerlo, pero en su corazón había una sombra de la que no podía deshacerse. Un dolor insufrible que, al final, le abocó a quitarse la vida.

martes, 30 de octubre de 2012

El portero que nunca estuvo allí: Petr Kouba


No se trata de un homenaje a la película de los hermanos Coen. Petr Kouba (Praga, 28 de enero de 1969) no trabajaba de barbero e ignoro por completo si llegó a sospechar alguna vez en su vida de la fidelidad de su esposa. No creo tampoco que le hiciera chantaje a nadie. En su caso, el título de esta entrada sólo tiene que ver con su más que atípico paso por el Deportivo de la Coruña, entidad a la que perteneció durante cinco temporadas, pero para la que permaneció integrado en su disciplina sólo en tres, la primera y las dos últimas de ellas, con un total de seis partidos disputados. Un bagaje muy pobre, pobrísimo, para un guardameta que aterrizaba en el Depor tras proclamarse subcampeón de la Eurocopa 1996 con una del todo deslumbrante República Checa en la que brillaban nombres como los de Pavel Nedved, Radek Bejbl o Karel Poborsky.

El propio Kouba protagonizó grandes actuaciones durante la competición, disputada en Inglaterra, pero eligió el peor momento posible para cometer un error. Puso las manos demasiado blandas ante un disparo de Oliver Bierhoff y el balón se coló irremisiblemente en su portería. Lo malo es que eso sucedió en la prórroga, después de haber llegado al final del duelo con empate a un tanto en el marcador. Y lo peor de todo fue que no hubo tiempo para reaccionar. Entonces estaba en vigor el llamado Gol de Oro. El primero en marcar, ganaba el partido. Una crueldad que ya se cebó con aquel Alavés que fue capaz de empatar a cuatro tantos ante todo un Liverpool en la final de la UEFA de la temporada 2000-2001 sólo para ver como un tanto en propia puerta de Geli, cuando la segunda parte de la prolongación tocaba a su fin, concedía el triunfo a los británicos.

Pese a sus buenas actuaciones, ese error tal vez condenó a Kouba a quedarse fuera del equipo ideal de la Eurocopa 96. Los metas elegidos fueron el inglés David Seaman, por el momento alejado de algunas cantadas del todo legendarias que adornarían el final de su carrera,  y el alemán Andreas Kopke, todo un veterano que se encumbró en ese torneo. Su nombre, junto con el de Kouba, sonó para reforzar la portería de un Barcelona en pleno proceso de reinvención. Kopke incluso llegó a dejar las oficinas del club barcelonista sonriente, convencido de que iba a defender su portería. Todo, no obstante, no pareció al final más que una treta para cerrar la llegada de Vitor Baia, poco menos que un semidios en Portugal, y la opción preferida del nuevo técnico azulgrana, Bobby Robson, quien había coincidido con él en el Oporto y que llegó a Barcelona acompañado de su ayudante, un entonces jovencísimo José Mourinho.

Kouba, no obstante, acabó aterrizando en la Liga española. Más o menos. El Deportivo apostó por contratarlo, pagando por él más de 300 millones de pesetas (el Barcelona pagó 1.000 por Baia). Pero no fue el único meta que se incorporaba a una entidad que acababa de cerrar la etapa de todo un mito deportivista en sus marco, Francisco Liaño. Le acompaño el camerunés con pasaporte francés Jacques Songo'o,  un meta prácticamente en el final de su carrera que, no obstante, acabó haciéndose con la titularidad y siendo una pieza clave para que el conjunto coruñés se apuntara el título de Liga en la campaña 1999-2000. Kouba, perjudicado en ese momento por su condición de extracomunitario, encadenó una serie de cesiones. La primera, al Kaiserslautern alemán. La segunda, al Viktoria de Zizkov, en la liga checa. En su país ya había defendido antes de recalar en el conjunto gallego las metas del Bohemians y del Sparta de Praga, cuya portería ya defendió su padre, Pavel, entre 1965 y 1969. Con el Sparta, además de parar goles, marcó uno, de penalti, en la temporada 1994-95.

Tras dos temporadas del todo anodinas en La Coruña, aunque formaba parte de la plantilla que se llevó el único título de Liga que adorna las vitrinas del Depor, volvió a su país para recalar en el Jablonec por una temporada, la 2001-2002, justo antes de ser recuperado de nuevo por el Sparta, entidad en la que terminó colgando los guantes tras resentirse de una lesión que acabó siendo crónica en 2005. "Hay que dar paso a los jóvenes", esgrimió. Nadie mejor que él, posiblemente, conocía la terrible sensación de estar y no estar a la vez en un equipo. De ser, sin quererlo, el portero que nunca estuvo allí.

lunes, 22 de octubre de 2012

La última parada: John Thomson


Muchos ven en el fútbol una suerte de versión civilizada de la guerra. Aun así, las hostilidades jamás deberían salir del rectángulo de juego. La rivalidad es sana. Ayuda a crecer. El odio, en cambio, destruye. Desgraciadamente, esa norma, que debería ser inamovible y de obligado cumplimiento, sólo se actualiza a través de la tragedia, cuando un joven futbolista halla la muerte demasiado pronto. Cercanos y dolorosos son los casos de Antonio Puerta y Dani Jarque. Por desgracia, no son los únicos. Entre los primeros, se encuentra el de John Thomson, guardameta del Celtic, rival ahora del Barcelona en la Liga de Campeones. Murió a los 22 años, tras un aparatoso choque con Sam English, jugador del Rangers, en un Old Firm, el duelo de la máxima rivalidad en Escocia, disputado en Ibrox Park el 5 de septiembre de 1931, ante más de 80.000 espectadores. Según se cree, el grito que se escucha tras el choque podría pertenecer a la joven Margaret Finlay, su prometida, de 19 años, quien estaría viendo el desarrollo del encuentro al lado de Jim Thomson, hermano del malogrado arquero.

John no dudó ni un segundo en lanzarse a los pies de English para evitar un peligroso uno contra uno. Su seguridad era lo de menos. Desgraciadamente, la rodilla del jugador del Rangers impactó con su cabeza, provocándole una fractura de cráneo y la rotura de una arteria a la altura de la sien derecha. Según publicó The Scotsman, mientras se lo llevaban en camilla del terreno de juego, se levantó un momento para dirigir la mirada por última vez tanto a su portería como al lugar donde había tenido lugar el choque. Fue llevado al hospital Victoria Infirmary de Glasgow, donde incluso fue sometido a cirugía para tratar de paliar en la medida de lo posible sus graves heridas. Sin éxito. A las 21.25, finalmente, se le declaró oficialmente muerto. Más de 30.000 personas acudieron a su funeral, que tuvo lugar cuatro días después, el 9 de septiembre, en Cardenden, el lugar en el que se crió, aunque nació en Kirkcaldy, el 28 de enero de 1909. Muchos de los que quisieron darle un último adiós recorrieron los 88,5 kilómetros que separan Glasgow de Cardenden a pie, como un primer homenaje al héroe caído.

Dicen que las luces que más brillan se consumen antes. La carrera de John Thomson no pudo ser muy larga, pero, desde luego, si tuvo toques de brillantez. Dejó la portería a cero en duelos internacionales contra Inglaterra e Irlanda, un absoluto motivo de orgullo para los aficionados escoceses. Y, por mucho que se le considerara demasiado enclenque para ser portero, según los cánones de la época, su agilidad y reflejos le permitían enfrentarse con éxito a los ataques más peligrosos. Siempre, con una acción plástica, cargada de elegancia. No en vano, uno de sus compañeros, Jimmy McGrory, corrigió a los que acusaban al meta de tener las manos pequeñas argumentando que las de John "eran manos de artista". "Nunca hubo un portero que atajara y blocara los disparos más duros con tanta gracia y facilidad. En todo lo que hacía había un equilibrio y una belleza de movimientos que eran maravillosos de contemplar", le elogió el primer mánager del Celtic, Willie Maley.

En noviembre de 2008, su nombre fue al fin incluido en el Hall of Fame del fútbol escocés. Su lugar de eterno descanso, a día de hoy, sigue siendo un lugar de pelegrinación casi obligado para los seguidores del Celtic. Cómo no, su tragedia acabó tomando incluso forma de canción, una suerte de aquellos cantares de gesta dedicados a los paladines medievales y que, como esos, ha ido perdurando en el tiempo. El año pasado, en el 80 aniversario de su fallecimiento, se repitió en parte la pelegrinación a pie que tantos y tantos aficionados llevaron a cabo desde Glasgow hasta Cardenden, actualizando una vez más una de las frases que pueden leerse en la tumba del malogrado guardameta, aquel que se levantó de la camilla para dirigir la mirada al escenario de su última parada: "Nunca mueren aquellos que viven en los corazones de los que dejan atrás".

martes, 16 de octubre de 2012

El auténtico portero-delantero: Jorge Campos


"¿Vale portero-delantero?". Esa frase la escuché una y mil veces de niño, en los encarnizados partidillos que se montaban entre compañeros de clase. Hasta que, algo más crecidito, no me dio por estudiarme el reglamento, no me di cuenta de que aquello del "portero-delantero" era una norma completamente innecesaria. Nada, más allá del sentido común, impide al guardameta dejar su puesto bajo los palos. Y algunos, como Higuita o Gatti, fueron muy aficionados a hacerlo. Otros, como Chilavert o Rogerio, se especializaron en marcar goles. Siempre, por supuesto, a balón parado, ya fuera transformando un penalti o ejecutando magistralmente un lanzamiento de falta. Pero a algunos no les vale con medias tintas. Quieren ser porteros y, a la vez, delanteros. Y al que mejor se le dio eso, tal vez al único, fue al mexicano Jorge Campos.

Nacido en Acapulco, el 15 de octubre de 1966, desarrolló la mayor parte de su carrera deportiva en México, con algunas incursiones en la Major League Soccer estadounidense. En Europa, muy posiblemente, su peculiar estilo no habría acabado de encajar del todo. A Jorge Campos, desde luego, no le iba eso de pasar inadvertido sobre el terreno de juego, de camuflarse con el césped, como un felino al acecho, como parecen intentar los metas que visten de verde, con tonos discretos. Lo suyo eran uniformes mucho más llamativos, diseñados muchas veces por él mismo. En algunos ocasiones, inspirados en la cultura popular mexicana. Incluso, hay quien ha visto en algunos de ellos reminiscencias de los famosos voladores de Veracruz. A su manera, desde luego, Jorge Campos también volaba. No saltando desde lo alto de un poste, en vertical, en su caso, sino tratando de alcanzar el potente disparo de un rival, desafiando a todo y a todos.

Porque el mexicano, además, sería uno de los guardametas internacionales más bajitos de la historia. Por mucho que las estadísticas oficiales le otorguen una estatura algo superior al metro setenta, parece ser que la realidad se ajustaría mucho más al 1,65. Un dato que le acercaría a todo un depredador del área como Romario. El gran némesis de todo portero. Y Campos, a su manera, trató de convertirse en uno de ellos. Ser a la vez el doctor Jeckyll y míster Hyde. Por ello, posiblemente, no dudaba en escoger muchas veces el dorsal número 9, reservado normalmente al delantero centro. Y, si las cosas no iban bien en ataque (o quizás, si no acababa de sentirse cómodo bajo los palos), entraba otro portero, él se enfundaba una camiseta de jugador y trataba de marcar goles como éste.

La FIFA, empeñada en anclarse en valores de lo más clásico en demasiadas ocasiones, le impidió llevar el número 9 en las citas mundialistas en las que participó. Titular del todo indiscutible en las citas de 1994 (México fue eliminada por la mejor Bulgaria de todos los tiempos en octavos de final, tras una tanda de penaltis en la que de nada sirvió la primera gran intervención del meta) y 1998 (Alemania, otra vez en octavos, le mandó para casa), su presencia ya fue casi testimonial en 2002. En México, y no sólo en México, conserva aún la estela propia de todo un ídolo. No en vano, fue uno de los elegidos por la multinacional Nike para protagonizar uno de sus primeros anuncios de temática futbolística, rodeado por muchas otras estrellas del momento. Dejarle marcar un gol habría sido la guinda del pastel para el auténtico portero-delantero. Pero, desde luego, ese au revoir de Eric Cantona era un final demasiado redondo como para renunciar a su efecto.


martes, 9 de octubre de 2012

La leona dorada: Hope Solo


"El fútbol femenino, ni es fútbol, ni es femenino". Ésa es una frase que se atribuye popularmente a un conocido entrenador español, pero no he podido comprobar la veracidad de dicha atribución, así que no voy a nombrarlo en estas líneas. El ex presidente de Osasuna, Patxi Izco, no obstante, abundó el pasado mes de mayo en la idea. "El fútbol femenino me parece antiestético", espetó. Ni el supuesto ténico ni el ex dirigente estuvieron muy afortunados en sus afirmaciones. Se me ocurren varios ejemplos, pero, dada la temática de este blog, el mejor tal vez sería el de Hope Solo.

Considerada como una de las mejores guardametas del mundo, si no la mejor, Hope tiene argumentos futbolísticos como éste para responder a cualquier suspicacia. Aconsejo ver todo el vídeo. Su acción sólo puede valorarse justamente si se ve desde detrás de la portería. Todo un alarde de reflejos. No creo que muchos cuestionaran su técnica. Ni tampoco, su planta, totalmente alejada de los estereotipos que se pretenden perpetuar con frases tan desafortunadas como las que encontramos al inicio de esta entrada.

Tan segura de sí misma tanto fuera como dentro de la cancha, no tuvo reparo alguno en posar para el número The Body Issue de la revista ESPN The Magazine sin nada más encima que su sonrisa. Tampoco tuvo reparo alguno para señalar el ambiente casi orgiástico que presenció en la Villa Olímpica durante los Juegos de Pequín, en 2008, en los que se llevó su primera medalla de oro, a la que le siguió la conquistada este mismo año en Londres. Su participación en estos últimos Juegos llegó a verse comprometida por un positivo de una sustancia prohibida, en este caso un diurético, que formaba parte de un medicamento recetado por su médico. Al final, tras atender sus explicaciones, no recibió sanción alguna. "Llegaron a la conclusión de que había cometido un error de buena fe, y de que la medicación no aumentaba mi rendimiento de ninguna manera", señaló la arquera.

Nacida en Richland, Washington, el 30 de julio de 1981, fue su padre, Jeffrey, de ascendencia italiana y criado en el Bronx, quien encaminó sus pasos hacia el fútbol. Aunque sus padres se divorciaron cuando era una niña, siempre mantuvo el contacto con su progenitor, un veterano de Vietnam a quien las cosas no siempre le fueron del todo bien. Su relación fue de lo más estrecha hasta el momento de su muerte, hace unos cinco años, a causa de un fallo cardíaco.

Tal vez, Hope quiso dedicarle a su padre sus actuaciones en la Copa del Mundo femenina de 2007. Únicamente Corea del Norte logró batirla, en el primer partido de las estadounidenses, duelo que acabó con empate a dos tantos. Ante Suecia, Nigeria e Inglaterra, ya en cuartos de final, dejó su portería a cero. Su seleccionador, Greg Ryan, no obstante, optó por apartala de la titularidad en las semifinales, ante Brasil, y dar paso a Briana Scurry, una veterana portera, de 36 años, que llevaba más de tres meses sin jugar. Las norteamericanas cayeron por 4-0 y Solo destapó su malestar nada más acabado el encuentro. "No tengo ninguna duda de que yo habría conseguido hacer esas paradas", acusó. Eso le costó jugar por el tercer y cuarto puesto, ante Noruega, e incluso amagó con dejar el combinado nacional. No obstante, fue el propio  Greg Ryan quien acabó dejando su cargo a finales de 2007, tras ver cómo no le era renovado su contrato. Al año siguiente, con el Oro en Pequín, ya a nadie se le ocurrió volver a apartarla de la portería. Unos dominios que defiende con la ferocidad de una leona dorada.

martes, 2 de octubre de 2012

Las lágrimas del héroe traicionado: Iker Casillas


Nadie sería capaz de poner en duda su titularidad en la portería del Real Madrid.Ni en la de una selección española que va camino de grabar su nombre a fuego entre las leyendas del fútbol. Ni siquiera a Fabio Capello, un entrenador al que le gusta contar con auténticas torres para defender el marco de su equipo, se le ocurrió apartarlo de sus dominios en su segunta etapa como técnico madridista, por mucho que se planteara en algún momento apostar por Diego López, un meta mucho más acorde con sus cánones futbolísticos. Pero las cosas no siempre fueron así para Iker Casillas, un arquero que debutó en el conjunto madridista cuando era aún casi un imberbe adolescente y que ahora es casi insustituible en su puesto. Paradas espectaculares, al alcance sólo de unos pocos elegidos, como ésta, cuando ya todo el estadio cantaba el gol, son sin duda su mejor aval.

Pero no hay nadie infalible. Todo el mundo comete errores. Tarde o temprano. Y los mejores, como jamás me cansaré de repetir, también son humanos, al fin y al cabo. En la temporada 2001-2002, tras debutar en Primera en 1999, con 18 años, y convertirse en titular en la campaña 2000-2001, su entonces técnico y actual seleccionador español, Vicente del Bosque, decidió apostar por devolver al marco a César Sánchez, después de que el joven meta encadenara una mala racha bajo los palos. Aquel equipo quedó tercero en la Liga, por detrás del Valencia, el campeón, y el Deportivo, pero por delante del Barcelona. No obstante, llegó a la final de la Champions, que debía disputar en Glasgow ante un Bayer Leverkusen entrenado por Klaus Toppmoller, conocido como "La Aspirina Mecánica" y que contaba con jugadores como Ballack, Berbatov o Lucio en sus filas.

El partido se puso de cara para los blancos muy pronto. Raúl, cómo no, abrió el marcador, si bien Lucio puso la igualada apenas cinco minutos después del tanto madridista, antes de cumplirse el primer cuarto de hora del duelo. Zidane, cuando moría la primera parte, rompió la igualada con una volea de libro. Casillas, mientras, tenía que ver los toros desde la barrera. El titular, una vez más en esa temporada, era César. Poco podía imaginarse el joven portero que el destino, a veces cruel, iba sonreírle esa vez para auparlo en el altar de las leyendas. Cuando quedaban poco más de 20 minutos para el final del encuentro, el arquero al que Del Bosque había concedido la titularidad en ese encuentro se rompió un dedo del pie. Casillas iba a saltar al césped. No quedaba otra.

Poco antes de hacerlo, se cortó a toda prisa las mangas de su camiseta al lado del banquillo, ayudado por un utillero convenientemente armado con unas tijeras. Manías de porteros. El Bayer, lejos de dar su brazo a torcer, se volcó como nunca para conseguir el gol de la igualada y, por lo menos, forzar la prórroga. Los alemanes tuvieron por lo menos tres ocasiones muy claras en las que Casillas, simplemente, dejó patente su grandeza como guardameta. A cualquier otro portero, posiblemente, le habría tocado recoger el balón del fondo de sus redes. Pero no a él. Con el duelo finalizado, el joven arquero rompió a llorar. Eran lágrimas en las que posiblemente se mezclaban la rabia y el alivio. La suerte, y quien sabe si para él, en su fuero interno, también tal vez su entrenador, le habían traicionado, pero la diosa fortuna le reservaba un papel trascendental, a la altura de su clase.

La historia se repitió, en parte, y con muchos matices, en el Mundial de 2010. Las críticas hacia Casillas fueron feroces tras la derrota por 1-0 ante Suiza. Chile, en el último duelo de la fase de grupos, le marcó el último gol que encajó en todo el campeonato. Iniesta marcó el gol que dio el primer Mundial a la selección española, pero el meta también puso de su parte frustrando los ataques de Holanda, muy especialmente los que llegaron de las botas de su ex compañero Arjen Robben. Con el duelo finalizado, las lágrimas, otra vez, volvieron a su rostro, justo antes de levantar la Copa de Campeón del Mundo. El héroe traicionado había vuelto a recuperar su trono.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El niño que no quería ser portero: Víctor Valdés



Cuando yo era un crío, era muy raro encontrar a alguien dispuesto a meterse bajo los palos. Normalmente, la cosa era cuestión de suerte: si tenías la suerte de ser bueno jugando con los pies, te librabas de la portería. Pero algunos, no obstante, decidían ir contra viento y marea y elegir el marco. Eso, hoy en dia, tal vez ha cambiado. No hace tanto, un amigo me sorprendió (gratamente, por supuesto) al explicarme que a su hijo le había dado por calzarse los guantes e intentar atajar balones. Con tipos de la talla de Gianluigi Buffon (nunca mejor dicho), Iker Casillas o Víctor Valdés, cracks absolutamente mediáticos, el puesto de meta cuenta cada vez más con adeptos claramente vocacionales.

Las cosas han cambiado con las nuevas generaciones. Antes, todo era muy diferente. Por eso, posiblemente, no es del todo raro que uno de esos cracks mediáticos que defienden las redes a los que me refería antes, Víctor Valdés, acabara bajo los palos un poco, o un mucho, a regañadientes. Va camino de convertirse en el mejor portero de la historia del Barcelona, si no lo es ya. A los hechos me remito: suma cinco trofeos Zamora, el que distingue al arquero menos goleado de Primera, algo que lo ha puesto a la altura de otro mito azulgrana, Antoni Ramallets, y suma tres de las cuatro Champions que están en poder del club. En todas fue una de las claves del triunfo. Muy especialmente, en la de París, en 2006. Desesperó una y otra vez a Henry y mantuvo a su equipo en el partido para que, al final, entre Eto'o y Belletti firmaran la remontada. Pero Víctor, de niño, no quería ser portero

Víctor no quería ser portero. Fue su hermano mayor, Ricardo, quien le obligó un poco a empezar a meterse bajo los palos, aunque esos palos fueran al principio simplemente la puerta del garaje de su casa, donde el chavalín demostraba ya muy buenas maneras. Tanto que, según dicen, fue su propio hermano quien le recomendó al técnico del equipo de fútbol sala en el que el jovencísimo Valdés iba a empezar a dar sus primeros toques en serio al balón que lo pusiera en la portería, a pesar de que Víctor tratara inicialmente de convertirse en jugador de campo. "A éste ponlo de portero, que las para todas", cuentan que le indicó el hermano del actual meta titular indiscutible del Barcelona a un técnico que, aparentemente, no dudó en hacerle caso. De ahí, pasaría más tarde a la Penya Cinc Copes. Y de ahí, finalmente a las categorías inferiores del Barcelona. Dejó brevemente la disciplina barcelonista cuando su familia se trasladó a Tenerife, pero regresó más tarde a la entidad azulgrana, donde le esperaban con los brazos abiertos. Seguramente, sabían muy bien que tenían un diamante en bruto entre manos.

Condiciones físicas, desde luego, tiene de sobras. En sus primeros entrenamientos con el primer equipo del Barcelona, valga la redundancia, en la primera etapa de Louis van Gaal como entrenador azulgana, destacaba por su explosividad, por su velocidad y sus reflejos. Personalmente, debo señalar que me recordaba un poco a Paco Buyo, quien fuera portero del Real Madrid. El gran ídolo de Valdés, según ha comentado el propio arquero, no obstante, estaba un poco más lejos: Oliver Kahn. De él, quizás, adoptó esa pose desafiante, ese fuerte carácter que muestra en el campo, tan necesario para no quemarse en una portería tan dífícil como la azulgrana. Que se lo digan a Vítor Baía. O a Rustu Recber. 

Pero su fuerte carácter bien a punto estuvo de darle un gran disgusto. En 2002, con Van Gaal encarando su segunda y efímera etapa como técnico barcelonista, Valdés inició la competición como titular. El entrenador holandés, no obstante, quiso enviarlo de vuelta al filial, que jugaba en Segunda B, y él se negó. Van Gaal, poco amigo de indisciplinas, amenazó con apartarlo del equipo. El meta se disculpó en una rueda de prensa, pero con el holandés en el banco la titularidad cayó en las manos del argentino Roberto Bonano. Las aguas volvieron a su cauce con Radomir Antic, relevo de un Van Gaal que fue destituido casi a media temporada por los malos resultados del equipo, y Frank Rijkaard, el primer técnico de la era Laporta, apostó con fuerza por él, por mucho que en algunos, contadísimos partidos, el internacional turco Rustu Recber hiciera alguna fugaz aparición en la meta barcelonista.

Quizás, sus deseos de ser inicialmente jugador de campo le concedieron uno de sus grandes dones para colaborar en el fútbol del Barcelona: el juego con los pies. Si no recuerdo mal, en uno de los enfrentamientos con el Madrid de Mourinho llegó a realizar más pases completos que el mejor de los blancos en ese aspecto del juego. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que sea infalible. Di Maria, en el penúltimo clásico, le arrebató el esférico y anotó un 3-2 que complicaba las cosas para los azulgrana en la Supercopa de España. Cómo no, como suele hacer en estos casos, Valdés cambió su equipación. Del azul, pasó al verde. Manías de porteros. En Pamplona, en Liga, y en el Bernabéu, una semana después de su fallo, firmó grandes actuaciones, pero la Supercopa no se movió de Madrid, gracias al triunfo de los de Mou por 2-1. Y no hay que ir tan lejos. El pasado sábado, ante el Granada, salvó el 0-1 para abrir el camino de un agónico triunfo barcelonista. Toño, en el otro lado del campo, se empleó a fondo. Le llegaban una y otra vez. El meta azulgrana, en cambio, tuvo que hacer gala de otra de sus virtudes: la concentración. Una o dos llegadas. Y no pueden ser gol. Su palmarés, y sus actuaciones, no están nada mal para ser las de un niño que no quería ser portero.

lunes, 17 de septiembre de 2012

El único: Lev Yashin


El Barcelona se estrena esta semana en la Champions ante el Spartak de Moscú. El hecho me sirve como excusa, nunca necesaria para hablar de un mito como éste, para dedicar algunas líneas al que muchos consideran como el mejor portero de la historia: Lev Yashin. Nacido precisamente en Moscú, el 22 de octubre de 1929, pasó toda su carrera deportiva en otro de los equipos moscovitas: el Dinamo. Muy especialmente en la época soviética, esta entidad era una suerte de "club de clubes". Su símbolo se repite incluso en el escudo de otro de los Dinamos más conocidos: el de Kiev. Cómo no, la entidad englobaba varias disciplinas deportivas, además del fútbol. Yashin, mientras trataba de hacerse con la titularidad de la porteria en fútbol, no dudó tampoco en colocarse bajo los palos en otra disciplina: el hockey sobre hielo. Y tampoco se le dió del todo mal: ganó una Copa de la URSS en 1953.

Tal vez, intentar atrapar algo tan pequeño y tan rápido como un puck le vino bien a la hora de cambiar el hielo por el césped, si bien en su patria ese fue también muchas veces un elemento presente en sus apariciones futbolísticas. Siempre vestido rigurosamente de negro, sus actuaciones bajo los palos no pasaron ni mucho menos inadvertidas. La velocidad que mostraba a la hora de atacar los disparos rivales, sus reflejos, su valentía y la plasticidad de sus acciones le granjearon varios apodos. El más conocido, con el que pasó a la historia, fue el de La Araña Negra. Para los delanteros, ciertamente, era como si el guardameta tuviera casi ocho brazos. Pero no siempre fue así. Desde luego. De hecho, en su primer partido con el Dinamo, encajó un tanto producto del despeje del arquero rival. Algo que podría hundir a cualquiera. Pero no a él.

Los mejores también fallan. Al fin y al cabo, no dejan de ser humanos. Entre sus muchas distinciones, se encuentra otra que tal vez habría preferido enterrar varios kilómetros bajo el suelo. Hasta el momento, es el único portero que ha encajado un gol olímpico en la fase final de un mundial. Una forma de marcar realmente difícil, que el ex azulgrana Thierry Henry consiguió hace nada en la MLS y que, en el caso del tiro del delantero francés, se vio ayudado también por la poca pericia del meta contrario, prácticamente pegado al primer palo. En el caso de Yashin, mucho tuvo que ver también la falta de atención del compañero encargado de tapar precisamente ese poste. Aunque, a buen seguro, el propio meta soviético no dudó tampoco en culparse por ello. "¿Qué clase de portero no se deja atormentar por el gol que acaba de conceder? ¡Tiene que estarlo! Si está tranquilo, es el fin. No importa lo que hiciera en el pasado: no tiene futuro", aseguró en una ocasión el arquero.

Eso ocurrió en Chile, en 1962. El diario francés L'Equipe, experto en meter la pata a veces en sus pronósticos deportivos, aseguró que la carrera del portero estaba tocando a su fin. Un año después, ganaría el Balón de Oro. Hasta el momento, ha sido el único guardameta que se ha visto distinguido con un premio que, en la mayoría de las ocasiones, va a parar a las manos de los que se dedican a construir y marcar goles, no a impedirlos. Es por eso que, por ahora, a Lev Yashin también se le puede llamar El Único. Nunca quiso hablar de quiénes fueron sus maestros, de quién fue su mayor ídolo. Eso sí, cuentan que en 1964, cuando la Unión Soviética disputó la Eurocopa de España, en la que La Roja logró su primer gran éxito, quiso conocer a Ricardo Zamora, uno de los primeros cracks mediáticos del fútbol español y todo un mito bajo los palos. No en vano, el trofeo que distingue al meta menos goleado de la Liga española lleva su nombre. Dos colosos frente a frente. Cuatro años antes, con la URSS, se había llevado a casa la primera Eurocopa de naciones. Marcelino, a seis minutos del final, le impidió a la postre repetir título.

Yashin tenía un particular truquito para afrontar los partidos. Algo que hoy en día no sería demasiado políticamente correcto decir en voz alta, por aquello del ejemplo que deben (o deberían) dar los futbolistas a los más pequeños. Antes de jugar, se fumaba un pitillo y se tomaba un lingotazo de vodka. Era su manera de combatir los nervios. Y le funcionaba. Según se dice, llegó a parar más de 150 penaltis. Algo que, desde luego, le llevaba a las nubes. "La emoción de ver a Yuri Gagarin en el espacio sólo la supera una buena parada en un penalti", sentenció en una ocasión el meta. A día de hoy, aún el único Balón de Oro. El 20 de marzo de 1990, tras una larga enfermedad y padecer la amputación de una de sus piernas, a causa de una diabetes, el gran mito deportivo de la Unión Soviética falleció. Su memoria, no obstante, será eterna.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La parada venenosa: René Higuita


Hay porteros a los que les gusta vivir al límite. No se sienten cómodos si se ven obligados a mantenerse confinados entre las líneas que delimitan el área, su hábitat más natural, sus dominios, y les encanta hacer excursiones más allá de ellos, jugándose aún más si cabe el tipo. Uno de ellos, de los más famosos, ha sido el colombiano René Higuita. Un meta al que le encantaba actuar como si fuera un jugador más de campo e, incluso, regatear a contrarios. Algo que, como último hombre de la defensa (raras veces tenía a alguien detrás en esas ocasiones) no suele ser muy aconsejable. En el Mundial  de Italia, por ejemplo, el intento de burlar a todo un veterano como Roger Milla, curtido en mil y una batallas, le costó la pérdida del balón, un gol y la posterior eliminación de una selección en la que compartía laureles con el centrocampista Carlos Valderrama y el técnico Pacho Maturana. "Fue un fallo como una casa", confesó el arquero.

Con ellos dos vivió una brevísima aventura en la Liga española. El Valladolid fue el equipo que apostó por su contratación, pero su estilo no encajaba en una competición entonces para nada acostumbrada a ver a los arqueros desenvolverse con soltura en el juego con los pies. En esa etapa, pudo ver a lo lejos la acción que probablemente más a su pesar ha visto una y otra vez repetida en televisión el ex madridista Míchel, con su compatriota Valderrama como víctima. "Pensé, mejor que lo tire al suelo, y que acaben de una vez", comentó entre risas el portero colombiano tras el duelo.

La enorme popularidad de que disfrutaba en Colombia le trajo también problemas. Tuvo que estar un tiempo en la cárcel, al pagar el rescate de un secuetro en el que estaban involucrados los narcos Pablo Escobar, con quien se decía que mantenía una buena amistad, y Carlos Molina. Tras varios meses en prisión, fue finalmente liberado, si bien eso le costó finalmente disputar el Mundial de 1994, que se jugó en Estados Unidos. Flirteó figuradamente con el lado más venenoso de la vida lejos de los terrenos de juego y acabó pasando decididamente a la historia por una acción también figuradamente cargada de ponzoña: la parada del escorpión.

En septiembre de 1995, Colombia e Inglaterra jugaban un amistoso en Wembley, el viejo Wembley, considerado por muchos románticos como la auténtica catedral del fútbol. Redknapp envió un tiro parabólico, muy lejano, hacia la portería defendida por Higuita. Al meta no se le ocurrió otra cosa que emular aquel famoso "mira mamá, sin manos" que tantas veces repiten los niños mientras montan en bicicleta y que suele acabar en tortazo descomunal contra el suelo. Pero el excéntrico meta no se la pegó. Despejó el balón con los pies (no podía ser de otra manera, ellos le habían dado más fama que las manos), ante el asombro de todo el estadio. "¿El escorpión? Es sólo una parada más de mi repertorio", dijo acabado el encuentro, como el que no ha hecho nada.

La acción, desde luego, era digna de ese nombre. No sólo por su plasticidad, por su espectacularidad. También, porque estaba cargada de veneno. De haber fallado, el ridículo habría sido espantoso. Posiblemente, a Higuita le habría encantado ser un escorpión de verdad y clavarse a sí mismo su aguijón, como hacen estos artrópodos, según dicen, al verse rodeados por las llamas. Pero triunfó. Se retiró hacer un par de años, cuando ya contaba con 43, tras pasar incluso por el quirófano en una especie de reality show, una suerte de cambio radical. Cómo no, hizo el escorpión en su último partido. La jugada que le devolvió la fama perdida. Hasta hay una figurita de subbuteo que le muestra de esa guisa. El riesgo valió la pena.

martes, 4 de septiembre de 2012

La rabia incontrolable: Wes Foderingham


Se llevan palo tras palo. Precisamente, por estar bajo (o entre) ellos. Es el destino del portero. En todos los deportes en los que un equipo trata de conseguir que la pelotita rebase la línea de gol, ellos son los encargados de jugarse el tipo, si hace falta, para impedirlo.

Son tipos un poco raros, que comparten una suerte de camaradería grupal que va más allá incluso de los colores que defienden. La prueba de ello es sencilla: basta con mirar qué pasa después de un partido. De fútbol, por ejemplo. Acabado el duelo, los dos metas se saludarán, unas veces con más efusividad y otras con menos, pero con mutuo respeto. Sólo ellos, muchas veces, son capaces de valorar lo complicado que era parar ese balón o aguantar ese segundo de más de pie en uno contra uno para que el delantero la envíe fuera.

Guardan a sus compañeros del infierno que supone la derrota y muchas veces se arriesgan a acabar ardiendo en él. Por eso, de todos los nombres que reciben, el de cancerbero, el perro que guardaba los infiernos, sea tal vez el más adecuado de ellos. Y el más poético.

Mi idea es explicar en este espacio algunas historias de esos héroes solitarios que se encargan de guardar el marco en el llamado deporte rey, el fútbol, tantas veces menospreciados o puestos en el paredón por errores puntuales que, sin embargo, cuestan goles. Ésa es su maldición. De nada sirve que después encadenen intervenciones prodigiosas. Si su error cuesta el partido, o un trofeo, nada podrá arrancarlos de aquel mismo infierno que tratan de mantener a raya. Hay muchos ejemplos de ello. Ya los comentaremos.

Hoy, no obstante, toca hablar de Wes Foderingham, el portero del Swindon Town. Un meta joven, formado en las categorías inferiores del Fulham y ya todo un trotamundos, a pesar de sus 21 años. Su técnico, el italiano Paolo di Canio, de confesas maneras poco democráticas, decidió enviarlo al banquillo en pleno partido, cuando ya había encajado dos goles. Algo que explica de sobras la airada reacción del arquero, que le dio una patada a un bote mientras salía del terreno de juego.
De poco le sirvió su radical apuesta: el suplente encajó dos goles más. Ahora, cabría preguntarse a quién colocará bajo los palos en el próximo partido. De un plumazo, ha minado la confianza de ambos metas. Y eso que Foderingham fue el titular habitual cuando su equipo logró el ascenso desde la Football League Two, equivalente a su manera a la Tercera española, hasta la Football League One, equivalente a Segunda B, en la que actualmente milita.

Foderingham fue capaz de mantener su portería a cero durante por lo menos 14 veces desde que llegó al club, siempre con Di Canio en el banquillo. De poco le sirvió eso cuando a su técnico le dio por buscar un revulsivo tan poco habitual como finalmente inútil. Incluso, amenaza con apartarlo del equipo si no pide perdón a los aficionados. Nada mejor que una buena polémica para apartarse las moscas de la culpa de un manotazo, ¿no, señor Di Canio?