Un exceso de visceralidad puede costar muy caro. Carísimo. Lo mejor, siempre, es contar hasta diez y respirar hondo. Así, las ganas de partirle la cara a alguien suelen diluirse. Pero a Pascal Olmeta eso no le funcionó demasiado bien a finales de 1996. Se enzarzó con un compañero de equipo, en el Olympique de Lyon, Jean-Luc Sassus, y le dio dos puñetazos recién acabado un partido, en el túnel de vestuarios. Se habló mucho de los motivos. Hubo quien dijo que el meta no supo digerir bien la derrota encajada en casa el 20 de diciembre de ese año ante el Nantes. También, que quizás no le sentó demasiado bien que su supuesto colega rondara en su opinión demasiado a su novia. El resultado: Sassus fue cedido al Saint-Etienne. Olmeta, en cambio, fue puesto de patitas en la calle con la llegada del año nuevo. Tal vez no pudo evitar golpearle. Era así, impulsivo. A veces, en exceso. Y, en esa ocasión, las consecuencias fueron nefastas.
A sus 35 años (había nacido el 7 de abril de 1961 en Bastia), en la recta final de su carrera deportiva, se había convertido en todo un ídolo para la afición de Gerland (a pesar de algún que otro despropósito), tras llegar al conjunto lionés en 1993 procedente de otro Olympique, el de Marsella. Perteneció a la discilpina de ese club entre las temporadas 1990-91 y 1992-93. Él fue el encargado de defender la meta francesa en la final de la Copa de Europa de 1991, aquella que el OM disputó ante el Estrella Roja de Belgrado, y en la que vio cómo el trofeo se escurrió de sus manos en la tanda de penaltis. Para el conjunto de lo que entonces era todavía Yugoslavia, jugaron futbolistas como Mihajlovic, Prosinecki o Pancev. Entre los franceses, además de Olmeta, brillaban jugadores como Jean-Pierre Papin o Chris Waddle.
En 1993, el Olympique de Marsella consiguió resarcirse. Se proclamó campeón de Europa ante un Milan al que le había costado muy caro su desplante con los franceses en 1991 (perdía por 1-0 en Francia en el minuto 88 tras ceder un 1-1 en San Siro y se negó a continuar tras suspenderse el duelo por un apagón, lo que supuso para los rossoneri caer por 3-0 y ser apartados durante una temporada de las competiciones europeas). Papin, que había fichado por el conjunto italiano en el verano de 1992 buscando precisamente ese trofeo, se quedó con las ganas. Sólo de momento. Un año después, por fin lo tocaría, después de que el Milan arrasara al Barça de Cruyff en Atenas, aunque no estuvo en el once. Lo mismo que Olmeta 12 meses atrás. En su última temporada en Marsella, había sido desbancado del marco por un joven Fabien Barthez.
El OM había sido la quinta estación de su carrera deportiva, y en la que logró sus mayores éxitos, tras pasar por las filas del Vichy, el Bastia, el Sporting Toulon y el Racing de París (donde ya hizo cosas como éstas, a pesar de su pinta de cantante de glam rock). Tras su despido, buscó refugio en el Espanyol en1997, con escasa suerte. No llegó a disputar ningún encuentro de Liga, pero, tal y como muy amablemente me han indicado en un comentario, sí tuvo minutos en la Copa del Rey. Jugó ante el Deportivo, en Sarrià (duelo en el que fue expulsado por tocar el balón fuera del área y que se saldó con un 0-0 en el marcador y pase de los periquitos por su 2-2 en Riazor) en los octavos de final y ante Las Palmas, en la ida de los cuartos de final, un encuentro que acabaría también en empate sin goles. Su falta de minutos le llevó a acabar ese mismo año en las filas del Gazelec Ajaccio, donde colgaría los guantes como profesional en 1999.
El gusanillo del fútbol y la presencia de su buen amigo Eric Cantona (otro que a veces se pasaba de visceral) le llevó a jugar el Mundial de Fútbol playa de 2001, en el que su selección cayó ante Portugal en la final por un más que contundente 9-3. Con todo, Olmeta, aquel arquero veteranísimo que chupó banquillo en las filas del Espanyol, fue nombrado mejor meta del torneo. En 2004, tras decirle adiós al césped, se despidió también de la arena. Dos años después, en 2006, creó una fundación para proporcionar apoyo logístico y financiero a las familias de niños hospitalizados. Entre sus patronos, además de su amigo Cantona, destacan sir Alex Ferguson o la princesa Estefanía de Mónaco. El campeón iracundo, al fin y al cabo, tiene también su corazoncito.