viernes, 27 de septiembre de 2013

El campeón iracundo: Pascal Olmeta


Un exceso de visceralidad puede costar muy caro. Carísimo. Lo mejor, siempre, es contar hasta diez y respirar hondo. Así, las ganas de partirle la cara a alguien suelen diluirse. Pero a Pascal Olmeta eso no le funcionó demasiado bien a finales de 1996. Se enzarzó con un compañero de equipo, en el Olympique de Lyon, Jean-Luc Sassus, y le dio dos puñetazos recién acabado un partido, en el túnel de vestuarios. Se habló mucho de los motivos. Hubo quien dijo que el meta no supo digerir bien la derrota encajada en casa el 20 de diciembre de ese año ante el Nantes. También, que quizás no le sentó demasiado bien que su supuesto colega rondara en su opinión demasiado a su novia. El resultado: Sassus fue cedido al Saint-Etienne. Olmeta, en cambio, fue puesto de patitas en la calle con la llegada del año nuevo. Tal vez no pudo evitar golpearle. Era así, impulsivo. A veces, en exceso. Y, en esa ocasión, las consecuencias fueron nefastas.

A sus 35 años (había nacido el 7 de abril de 1961 en Bastia), en la recta final de su carrera deportiva, se había convertido en todo un ídolo para la afición de Gerland (a pesar de algún que otro despropósito), tras llegar al conjunto lionés en 1993 procedente de otro Olympique, el de Marsella. Perteneció a la discilpina de ese club entre las temporadas 1990-91 y 1992-93. Él fue el encargado de defender la meta francesa en la final de la Copa de Europa de 1991, aquella que el OM disputó ante el Estrella Roja de Belgrado, y en la que vio cómo el trofeo se escurrió de sus manos en la tanda de penaltis. Para el conjunto de lo que entonces era todavía Yugoslavia, jugaron futbolistas como Mihajlovic, Prosinecki o Pancev. Entre los franceses, además de Olmeta, brillaban jugadores como Jean-Pierre Papin o Chris Waddle.

En 1993, el Olympique de Marsella consiguió resarcirse. Se proclamó campeón de Europa ante un Milan al que le había costado muy caro su desplante con los franceses en 1991 (perdía por 1-0 en Francia en el minuto 88 tras ceder un 1-1 en San Siro y se negó a continuar tras suspenderse el duelo por un apagón, lo que supuso para los rossoneri caer por 3-0 y ser apartados durante una temporada de las competiciones europeas). Papin, que había fichado por el conjunto italiano en el verano de 1992 buscando precisamente ese trofeo, se quedó con las ganas. Sólo de momento. Un año después, por fin lo tocaría, después de que el Milan arrasara al Barça de Cruyff en Atenas, aunque no estuvo en el once. Lo mismo que Olmeta 12 meses atrás. En su última temporada en Marsella, había sido desbancado del marco por un joven Fabien Barthez.

El OM había sido la quinta estación de su carrera deportiva, y en la que logró sus mayores éxitos, tras pasar por las filas del Vichy, el Bastia, el Sporting Toulon y el Racing de París (donde ya hizo cosas como éstas, a pesar de su pinta de cantante de glam rock). Tras su despido, buscó refugio en el Espanyol en1997, con escasa suerte. No llegó a disputar ningún encuentro de Liga, pero, tal y como muy amablemente me han indicado en un comentario, sí tuvo minutos en la Copa del Rey. Jugó ante el Deportivo, en Sarrià (duelo en el que fue expulsado por tocar el balón fuera del área y que se saldó con un 0-0 en el marcador y pase de los periquitos por su 2-2 en Riazor) en los octavos de final y ante Las Palmas, en la ida de los cuartos de final, un encuentro que acabaría también en empate sin goles. Su falta de minutos le llevó a acabar ese mismo año en las filas del Gazelec Ajaccio, donde colgaría los guantes como profesional en 1999.

El gusanillo del fútbol y la presencia de su buen amigo Eric Cantona (otro que a veces se pasaba de visceral) le llevó a jugar el Mundial de Fútbol playa de 2001, en el que su selección cayó ante Portugal en la final por un más que contundente 9-3. Con todo, Olmeta, aquel arquero veteranísimo que chupó banquillo en las filas del Espanyol, fue nombrado mejor meta del torneo. En 2004, tras decirle adiós al césped, se despidió también de la arena. Dos años después, en 2006, creó una fundación para proporcionar apoyo logístico y financiero a las familias de niños hospitalizados. Entre sus patronos, además de su amigo Cantona, destacan sir Alex Ferguson o la princesa Estefanía de Mónaco. El campeón iracundo, al fin y al cabo, tiene también su corazoncito.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El primer experimento de Cruyff: Stanley Menzo


La imagen de Kenneth Vermeer bajo los palos del Ajax, en el duelo que el conjunto holandés disputó ante el Barcelona en el Camp Nou, saldado con clara victoria para los azulgrana (4-0), me llevó a la memoria el nombre de Stanley Menzo. Cómo no. Al contrario que el actual meta ajacied, nacido el 10 de enero de 1986 en Amsterdam, Menzo vio sus primeras luces en Paramaribo, Surinam, el 15 de octubre de 1963. Su primer equipo como profesional, en el que cosechó sus mayores éxitos, fue un Ajax al que se unió con tan sólo 19 años. Sus primeros años no fueron fáciles. Incluso, hubo de por medio una breve cesión al Haarlem. La llegada de Johan Cruyff como máximo responsable del equipo de Amsterdam, no obstante, fue para él todo un revulsivo.

Cruyff apostó por él como titular a partir de la temporada 85-86. Ya por aquel entonces, a pesar de que las normas que obligarían a los porteros a desenvolverse bien con el balón en los pies estaban aún bastante lejanas, el técnico ya creía firmemente en la necesidad de integrar a su portero en el juego colectivo del equipo. Por así decirlo, Menzo fue su pionero, algo que, desde luego, calaría hondo en la manera de entender el fútbol del Ajax. De ahí, seguro, que muchos no duden en citar a otro producto de esa prolífica cantera futbolística, Edwin van der Sar, como el referente de los porteros que saben acariciar el balón no sólo con los guantes, sino también con las botas. El origen de todo, no obstante, estuvo en Menzo.

El meta de origen surinamés consiguió un buen puñado de títulos en Amsterdam. Por mucho que su primer valedor, Johan Cruyff, tomara las riendas del Barcelona en la temporada 1988-89, se mantuvo como la primera opción para el Ajax durante casi una década. Allí sumó cuatro ligas, cuatro copas holandesas, una Recopa, en la temporada 86-87, y una Copa de la UEFA, en la campaña 91-92, su último trofeo internacional con la entidad ajacied. No estuvo demasiado fino para parar ni el primero ni el segundo de los dos goles del Torino en Italia, ambos obra de Casagrande, pero los dos tantos marcados por los suyos, el trallazo espectacular de Jonk y el penalti transformado por Petterson para adelantar momentáneamente a los suyos, permitieron que el empate sin goles registrado en la vuelta valiera el título para los holandeses, el primero con Louis van Gaal en el banquillo.

En 1994, dejó el Ajax para incorporarse a las filas del PSV, donde permanecería hasta 1996. Tras tres años en el Lierse, con otra breve cesión de por medio, en este caso al Girondins de Burdeos, regresó al Ajax en 1999 sólo por una temporada. Un año después de colgar aparentemente los guantes, no obstante, los recogió de nuevo en 2001 para ayudar al AGOVV Apeldoorn, un equipo amateur, a hacerse con el título de campeón de la cuarta categoría del fútbol neerlandés. Allí daría también sus primeros pasos como técnico, una carrera que lo ha llevado por varios caminos. Entre ellos, al de coincidir como asistente del ex azulgrana Albert Ferrer en las filas del Vitesse. Actualmente, Menzo es el mánager de otro de los equipos en los que jugó, el Lierse belga. Ésa, por el momento, es la última estación futbolística del portero que, hace casi tres décadas, fue el primer experimento de Johan Cruyff.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Amor de penalti: Urruti


Que nadie me malinterprete. Es posible que, con semejante titular, muchos se imaginen matrimonios forzados, a punta de escopeta y con la novia casi a punto de dar a luz. Vamos, lo que se conoce popularmente como "casarse de penalti". No pienso desviarme en absoluto de mi tema. Para nada. Lo que pasa es que, muchas veces, cuando un portero consigue una parada milagrosa ante un lanzamiento desde los once metros, que vale incluso la consecución de un título, no es de extrañar que el comentarista se deje llevar por las circunstancias. Incluso, que proclame a los cuatro vientos sus sentimientos. Francisco Javier González Urruticoechea, más conocido como Urruti en esto del fútbol, fue el protagonista de una eufórica declaración radiofónica, muy seguramente compartida por todos los aficionados barcelonistas. No en vano, se acción aseguraba matemáticamente un título de Liga para un Barcelona que llevaba entonces más de una década sin saborear ese triunfo.

La parada de Urruti, en el campo del Valladolid, permitió festejar de una vez un título que su equipo, de la mano del inglés Terry  Venables, llevaba mascando casi desde los primeros compases del campeonato, a pesar de haber traspasado en verano de 1984 a Diego Armando Maradona al Nápoles. Era, además, la cuarta temporada del portero en las filas del conjunto azulgrana. Nacido el 17 de febrero de 1952 en San Sebastián, su primer equipo como profesional, cómo no, fue la Real Sociedad, tras formarse inicialmente en las filas del Lengokoak. Debutó con los txuri-urdin en 1973 y permaneció en sus filas hasta 1978, cuando cambió de ciudad, pero no de colores. En este caso, defendiendo el blanco y el azul del Espanyol, club en el que pemanecería durante tres temporadas hasta que, como solía decirse en aquel entonces, cruzó la Diagonal para cambiar el estadio de la carretera de Sarrià por el Camp Nou.

Como barcelonista, tuvo la oportunidad de sumar multitud de trofeos a su palmarés: cuatro Copas del Rey, una Supercopa, una Copa de la Liga (una efímera competición que se disputó entre 1983 y 1986, impulsada por el ex presidente barcelonista Josep Lluís Núñez como una forma de conseguir más ingresos para los clubes) y esa celebradísima Liga de la temporada 1984-85. Los azulgrana, capaces incluso de derrotar al Real Madrid en el Bernabéu por un contundente 0-3, necesitaban rematar la faena con un triunfo para asegurarse el trofeo antes de que acabara el campeonato. Tras caer de penatlti a domicilio ante el Hércules, en la jornada 30, una nueva visita, en este caso al Valladolid, en Zorrilla, era la siguiente oportunidad. Los barcelonistas cumplieron con el guión y vencían por 1-2, hasta que el colegiado del encuentro, Victoriano Sánchez Arminio, señaló un penalti a favor de los locales en los instantes finales. Quedaban apenas dos minutos de partido. Parecía que la maldición iba a repetirse. Pero, en esta ocasión, Urruti detuvo el esférico. Y, con su acción, desató una sensación de euforia que muy bien supo transmitir Joaquim Maria Puyal.

El idilio del meta con las penas máximas se mantuvo en la lucha por la deseadísima Copa de Europa en la temporada 1985-86. Frente al Goteborg, en semifinales, tras caer por 3-0 en Suecia y firmar el mismo resultado en el Camp Nou, fue también del todo decisivo. En la final, ante el Steaua de Bucarest, en Sevilla, aunque consiguió detener dos lanzamientos del conjunto rumano, el héroe de la noche fue Helmut Ducadam, capaz de dejar su portería a cero incluso durante la fatídica tanda de penaltis.

Urruti fue todo un ídolo para la afición azulgrana. Con la llegada de Ando ni Zubizarreta, en 1986, no obstante, acabó relegado a la suplencia. Ganó un trofeo Zamora como barcelonista y estuvo presente en tres mundiales, pero no llegó a disputar ningún partido en el máximo torneo futbolístico. En total, sus apariciones defendiendo los colores de la Roja pueden contarse con los dedos de una mano. En 1988, dos años después de la llegada de Zubizarreta, colgó definitivamente los guantes como profesional. Tras su retirada, estuvo afiliado al partido Unió Democràtica e incluso fue candidato en unas elecciones al Parlamento Europeo. El 24 de mayo de 2001, tras ver con unos amigos por televisión cómo el Bayern de Múnich se imponía el Valencia en la final de la Champions en la tanda de penaltis, algo que él mismo había vivido sobre el césped con el Barcelona 15 años antes, falleció en un aparatoso accidente de coche en la barcelonesa Ronda de Dalt, a los 49 años de edad. Su recuerdo, desde luego, vivirá para siempre en la memoria de aquellos para cuya parada, como le pasó a Puyal, desató toda una oleada de amor de penalti.

martes, 3 de septiembre de 2013

Con guantes y casco: Petr Cech


El final del pasado mes de agosto, además de señalar para muchos la conclusión de sus vacaciones, nos ofreció también una final europea con fuerte protagonismo desde la portería. Manuel Neuer, en la tanda de penaltis, ayudado también por el mal lanzamiento de Lukaku (mira tú por dónde, cedido al Everton casi sobre la bocina), le dio al final la Supercopa de Europa al Bayern de Pep Guardiola. El trofeo acabó engrosando la lista de conquistas firmadas por el club bavarés en este 2013, por mucho que otro guardameta, Petr Cech, se esforzara en hacer casi lo imposible para que el título viajara a las vitrinas de un Chelsea que se ha reencontrado con Jose Mourinho.

Cech lleva casi una década defendiendo la portería de los blues, el puesto en el que, merecidamente, se ha ganado a pulso el derecho a estar considerado actualmente como no de los mejores arqueros del mundo. Antes, se encargó también de defender como profesional el marco del Rennes francés, del Sparta de Praga o del Chmel en su país de origen, la República Checa, lo que era aún la antigua Checoslovaquia en el momento de su nacimiento. El Viktoria de su Plzen natal, donde vio sus primeras luces el 20 de mayo de 1982, fue el club en el que dio sus primeros pasos como futoblista. Inicialmente, no obstante, como delantero. Su del todo impresionante 1,96 de estatura, desde luego, también le permitiría ser toda una referencia en punta, muy especialmente en los balones aéreos, si bien desde finales de 2006 quizás no es demasiado aconsejable para él que un balón impacte en su cabeza.

El 14 de octubre de 2006, Cech y Stephen Hunt, centrocampista del Reading, pugnaban por el control de un balón dentro del área. Apenas se habían cumplido 15 segundos del encuentro. El meta se hizo con el esférico, pero se llevó un fuerte golpe en la cabeza, al sufrir el impacto de la rodilla del contrario. El diagnóstico fue realmente grave: fractura de cráneo con hundimiento que precisó de una intervención quirúrgica para ser corregida. Los médicos incluso señalaron que el checo podría haber perdido la vida en ese lance del juego. Su sustituto bajo los palos, Cudicini, también se llevó un fuerte golpe en los instantes finales del duelo, con lo que el encargado de defender la portería hasta el que el árbitro hiciera sonar por última vez su silbato sería el defensa John Terry.

La lesión fue especialmente complicada para Petr Cech. La estructura ósea de su cráneo no es tan robusta como la de prácticamente cualquier otra persona. Y eso tiene una explicación: es trillizo. Actualmente, no obstante, de ese trío sólo sobreviven él y su hermana Sarka. Michal, el tercero, falleció cuando sólo tenía dos años a causa de una infección cerebral. Además, tiene otra hermana mayor, Marketa. La gravedad de su lesión le obligó a introducir en su indumentaria un complemento muy poco habitual en el fútbol, más propio del rugby: un casco protector. Algo que, con el paso de los años, se ha convertido en parte del todo indisociable de su imagen. Incluso en los videojuegos actuales, tan atentos a los detalles como para reproducir incluso la marca y el modelo de los guantes que usan la mayoría de los metas presentes en sus bases de datos, no dudan en representarlo perfectamente ataviado con su obligada protección.

La gravedad de su lesión y el riesgo que supone jugar de portero no le han apartado de su puesto. En absoluto. Y, desde luego, ha seguido firmando paradas del todo impresionantes. Su palmarés con el Chelsea no está nada mal. Hasta el momento, suma, entre otros títulos, tres ligas y tres copas inglesas, una Europa League y una Liga de Campeones. A buen seguro, aspira a aumentar su colección en los próximos años. En su caso, defendiendo la portería con guantes y casco.