sábado, 30 de noviembre de 2013

El portero de la sonrisa imposible: Jim Leighton


"Nunca te fíes de un portero guapo. Pero mira, Leighton, en tu caso confiaría en ti incluso jugándome la vida", cuenta el protagonista de esta historia que solía decirle Jimmy Nicholl, ex internacional norirlandés nacido en Canadá, con quien coincidió en el cuerpo técnico del Aberdeen, el auténtico club de su vida. No en vano, defendió su portería durante 13 años, en dos etapas, y ahí acabaría por colgar los guantes. De una manera que jamás olvidaría, desde luego. Desafortunadamente para él, no en positivo.

A Jim Leighton, nacido el 24 de julio de 1958 en Johnstone, Escocia, nunca le importó demasiado jugarse el tipo. Todo lo contrario. Por ello mismo, desde los inicios de su carrera, se podía ver como le faltaban varios dientes superiores. Incluso, se rompió la muñeca de su mano buena justo el día antes de afrontar un importante examen británico, parte del proceso para obtener un certificado de estudios. Formado en el Dalry Thistle, se incorporó a las filas del Aberdeen en 1977, donde permanecería hasta 1988, con una breve cesión al Deveronvale de por medio. Allí, en el Aberdeen, coincidiría con todo un mito del fútbol, sir Alex Ferguson, quien no dudó en llevárselo al Manchester United cuando tuvo oportunidad.

El técnico escocés creía ciegamente en él. Una opinión que, entre otros, compartían Peter Shilton, quien no dudó en señalar que, con Leighton, Escocia había puesto fin a sus problemas con los porteros; o el fallecido ex jugador y ex técnico inglés Brian Clough, quien aseguró que el arquero era "una rara avis, un portero escocés en el que puedes confiar". En el United, el meta firmó grandes actuaciones, pero se vio también condenado por una cierta irregularidad. Algunas goleadas consecutivas le llevaron a perder el favor de su valedor. Tras ser cedido al Arsenal y al Reading, fichó en febrero de 1992 por el Dundee, conjunto que lo cedería también durante un par de meses en 1993 al Sheffield United.

No acababa de establecerse. En verano de 1993, se incorporaría a las filas del Hibernian, donde pelearía durante cuatro campañas para recupera su mejor forma. En 1997, en el ocaso de su carrera, volvió a casa, al Aberdeen. Y, en apariencia, a su mejor nivel. No en vano, sería el meta titular en el Mundial 98, donde sorprendió por llevar las cejas exageradamente cubiertas de vaselina. Casi, como los boxeadores. En su caso, también, los golpes estaban a la orden del día. Era la segunda vez que se enfrentaba a la actual pentacampeona del mundo en el máximo torneo futbolístico, tras estrenarse como mundialista en México 86. En Italia 90 sólo encajó un gol, de Müller, pero su selección no pudo pasar de ronda. En esa última ocasión, le marcaron dos. César Sampaio abrió el marcador, el escocés Collins consiguió la igualada de penalti y su compatriota, Tom Boyd, lo cerró, con un tanto en propia meta que dio el triunfo a la canarinha.

Se retiró como internacional en 1998, con un total de 91 apariciones, lo que le convierte en el segundo futbolista escocés con más partidos internacionales, sólo superado por todo un icono, Kenny Dalglish. Como jugador en activo, colgó los guantes en el año 2000, pero no pudo evitar seguir ligado al Aberdeen como técnico de porteros, también en dos etapas. Muy posiblemente, la forma en que se produjo su retirada como profesional le supo a poco. Y con razón. Su último partido, la final de la Copa escocesa frente al Glasgow Rangers, duró para él 90 segundos. Un fuerte golpe en la cara le obligó a dejar Hampden Park en camilla. Su técnico, el danés Ebbe Skovdahl, no se había llevado portero suplente. No había obligación de hacerlo. Así que el encargado de defender la meta fue un delantero, Robbie Winters. El Rangers, obviamente, ganó la final. Y de paliza: 4-0.

Leighton, desde luego, no pudo ver ese desenlace en directo, por mucho que dijera en los días previos al partido que sería el último en dejar el césped. Sumó nuevos traumatismos a su lista de lesiones. En esa ocasión, incluso varias fracturas en la mandíbula. Un final que, muy a su pesar, quizás resumió perfectamente la carrera del portero de la sonrisa imposible.



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