martes, 8 de enero de 2013

El sucesor de la Araña Negra: Ladislao Mazurkiewicz


Pocas cosas conllevan más presión en el fútbol que el hecho de que te nombren sucesor de una estrella. Muchos "nuevos Maradona" o "nuevos Pelé" han cambiado carreras prometedoras por inexplicables cataclismos nada más recibir su maldita bendición, proveniente muchas veces de los medios de comunicación, deseosos de entregar a sus lectores nuevos ídolos sobre los que sustentar sus sueños. A veces, son los propios aficionados los que entregan el cetro. Ahí, aumenta la exigencia. Y si es todo un ídolo el que, de motu propio, señala al que considera su digno heredero, la losa que puede llegar a caer sobre los hombros del elegido corre peligro de ser muy pesada. Que se lo digan a Ladislao Mazurkiewicz. A él, a quien le gustaba jugar de negro, como su admirado Lev Yashin, y al que el propio meta ruso, la Araña Negra, no dudó en entregarle sus guantes en el partido en el que le rendían homenaje.

Nacido en Piriápolis, Uurugay, el 14 de febrero de 1945, no era tan alto como el ruso. Diez centímetros les separaban. Por eso, por su 1,79 de estatura, apodaban Chiquito a Mazurkiewicz. Un apodo que no parecía molestarle demasiado. No en vano, el restaurante que abrió en Granada, durante su breve y poco afortunado paso por el club andaluz,entre 1974 y 1976, llevaba precisamente ese nombre. Sus mayores éxitos los consiguió con el Peñarol de Montevideo. Allí ganó, entre otros títulos, tres campeonatos de liga, el último el año de su retirada, en 1981, una Copa Libertadores y una Copa Intercontinental, frente al Real Madrid, en 1966, dejando su portería a cero tanto en casa, en el Estadio Centenario (2-0), como en el propio Santiago Bernabéu (0-2). Además de las redes de Peñarol y Granada, tambíén defendió las del Atlético Mineiro, con el que consiguió el considerado como primer campeonato nacional brasileño, en 1971, el Racing Club uruguayo, su primer equipo como profesional, el Cobreloa chileno y el América de Cali colombiano.

Fue el primer portero que disputó tres Mundiales consecutivos, entre 1966 y 1974. En México 70, en el punto más alto de su carrera, fue elegido como mejor arquero del campeonato, a pesar de que todo un crack como Pelé le hizo una de sus diabluras. El balón, para alivio del meta, acabó cruzando la línea de fondo, aunque muy cerca de uno de los postes.

Dejó la práctica del fútbol como jugador profesional, pero nunca se separó del todo de este deporte. Ni de sus guantes. Fue entrenador del Peñarol y, en los últimos tiempos, se encargaba de la preparación de sus guardametas. Casi, hasta su último aliento. El pasado 2 de enero, fallecía, tras permanecer varios días en coma, a causa de unos problemas respiratorios y unas complicaciones renales que no pudo superar. Ignoro si, mucho antes de eso, él también le dio sus guantes a otro portero. Si, como hizo con él la Araña Negra, le nombró su sucesor. Un colofón demasiado poético como para descartarlo.

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