viernes, 18 de octubre de 2013

La paradoja del portero-jugador: José Francisco Molina


En el fútbol sala, la figura del portero-jugador es muy habitual. Con el marcador en contra, muchos equipos arriesgan el todo por el todo y renuncian al especialista por antonomasia para tener superioridad y buscar el gol. En el fútbol a 11, la cosa suele ser diferente. A veces, cuando el portero se lesiona, no hay más remedio que un jugador se coloque bajo los palos. Algo para lo que, de hecho, no hace falta que se produzca lesión. Basta con advertirlo al árbitro, al resto de jugadores y que lleve un uniforme diferente al de sus compañeros. No suele pasar. Más que nada, porque el trabajo del meta es muy específico. Y al contrario. Tampoco es normal que un portero actúe como jugador. Y mucho menos, que su debut como internacional absoluto se produzca de esa guisa.

José Francisco Molina sabe muy bien qué es eso. No en vano, su estreno con la selección española, el 24 de abril de 1996, en un amistoso ante Noruega, fue precisamente como jugador. Juanma López, compañero de fatigas en el Atlético, se había lesionado, y el entonces seleccionador, Javier Clemente, prefirió colocar al arquero como un futbolista más antes que jugar con 10. Su apuesta casi resultó ganadora. Un disparo del meta, con un improvisado dorsal número 13 a su espalda, pertrechado a base de esparadrapo, y equipado con el pantalón negro de arquero, estuvo a punto de darle el triunfo a España. Al final, no obstante, el duelo acabó con empate sin goles. Su paso por la selección fue un poco trastabillado. Empezó la Eurocopa 2000 como titular, curiosamente como titular ante la misma Noruega que le vio estrenarse como jugador cuatro años antes. La derrota española, por 0-1, con fallo del portero, acabó por costarle el puesto, que caería en manos de Cañizares. Noruega fue punto inicial y punto final para la etapa de Molina en la selección.

Nacido el 8 de agosto de 1970 en Valencia, Molina se formó como portero en las filas del conjunto ché, pero no llegó nunca a jugar un partido oficial con esa camiseta, aunque sí con la del filial. Tras ser cedido al Alzira y al Villarreal, fichó en 1994 por el Albacete, equipo con el que realmente pudo explotar todo su potencial. Sus buenas temporadas en el Carlos Belmonte despertaron incluso el interés del Barcelona, deseoso de encontrar un meta indiscutible tras el forzado adiós de Zubizarreta. No obstante, los siete goles que le marcó el Salamanca en la promoción (2-0 a domicilio y 0-5 en casa), con el posterior descenso del conjunto manchego, frenaron a los azulgrana, pero no así al Atlético. Y la apuesta del club del Manzanares fue del todo ganadora. Pesaron más las grandes paradas, como las que firmaría a lo largo de su carrera, que los fallos puntuales que hubiera podido tener. El global, por encima de lo particular. Como debería ser siempre.

Molina fue uno de los grandes argumentos de los colchoneros para firmar un doblete de Liga y Copa en la temporada 1995-96, así como el trofeo Zamora, que distingue al portero menos goleado. Tras vivir un nuevo descenso, en este caso con el Atlético, fichó por el Deportivo de la Coruña en el año 2000. Allí lograría dos Supercopas de España y otra Copa del Rey, después de que los gallegos se impusieran al Real Madrid en el Santiago Bernabéu por 1-2, el 6 de marzo de 2002. Sergio González y Diego Tristán marcaron para el Depor. Raúl, para los madridistas.

A finales de 2002, al guardameta se le diagnosticó un cáncer testicular que, tras someterse a tratamiento, logró superar completamente a principios de 2003. Tres años después, ficharía por el Levante, equipo en el que acabaría colgando los guantes en 2007. Dejó de jugar, pero no el fútbol. El banquillo, ahora mismo, es su nuevo hábitat natural. El Villarreal, tras pasar por el banco del B y el C del equipo castellonense, vio su estreno como técnico de Primera. Su paso fue breve. Había sustituido a Juan Carlos Garrido, por los malos resultados, pero la situación no mejoró y Miguel Ángel Lotina le tomó el relevo. Actualmente, dirige al Getafe B. Molina, a lo largo de su carrera futbolística, rubricó grandes intervenciones. No obstante, pasó a la historia de la manera más curiosa: personificando la paradoja del portero-jugador.

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