jueves, 12 de septiembre de 2013

Amor de penalti: Urruti


Que nadie me malinterprete. Es posible que, con semejante titular, muchos se imaginen matrimonios forzados, a punta de escopeta y con la novia casi a punto de dar a luz. Vamos, lo que se conoce popularmente como "casarse de penalti". No pienso desviarme en absoluto de mi tema. Para nada. Lo que pasa es que, muchas veces, cuando un portero consigue una parada milagrosa ante un lanzamiento desde los once metros, que vale incluso la consecución de un título, no es de extrañar que el comentarista se deje llevar por las circunstancias. Incluso, que proclame a los cuatro vientos sus sentimientos. Francisco Javier González Urruticoechea, más conocido como Urruti en esto del fútbol, fue el protagonista de una eufórica declaración radiofónica, muy seguramente compartida por todos los aficionados barcelonistas. No en vano, se acción aseguraba matemáticamente un título de Liga para un Barcelona que llevaba entonces más de una década sin saborear ese triunfo.

La parada de Urruti, en el campo del Valladolid, permitió festejar de una vez un título que su equipo, de la mano del inglés Terry  Venables, llevaba mascando casi desde los primeros compases del campeonato, a pesar de haber traspasado en verano de 1984 a Diego Armando Maradona al Nápoles. Era, además, la cuarta temporada del portero en las filas del conjunto azulgrana. Nacido el 17 de febrero de 1952 en San Sebastián, su primer equipo como profesional, cómo no, fue la Real Sociedad, tras formarse inicialmente en las filas del Lengokoak. Debutó con los txuri-urdin en 1973 y permaneció en sus filas hasta 1978, cuando cambió de ciudad, pero no de colores. En este caso, defendiendo el blanco y el azul del Espanyol, club en el que pemanecería durante tres temporadas hasta que, como solía decirse en aquel entonces, cruzó la Diagonal para cambiar el estadio de la carretera de Sarrià por el Camp Nou.

Como barcelonista, tuvo la oportunidad de sumar multitud de trofeos a su palmarés: cuatro Copas del Rey, una Supercopa, una Copa de la Liga (una efímera competición que se disputó entre 1983 y 1986, impulsada por el ex presidente barcelonista Josep Lluís Núñez como una forma de conseguir más ingresos para los clubes) y esa celebradísima Liga de la temporada 1984-85. Los azulgrana, capaces incluso de derrotar al Real Madrid en el Bernabéu por un contundente 0-3, necesitaban rematar la faena con un triunfo para asegurarse el trofeo antes de que acabara el campeonato. Tras caer de penatlti a domicilio ante el Hércules, en la jornada 30, una nueva visita, en este caso al Valladolid, en Zorrilla, era la siguiente oportunidad. Los barcelonistas cumplieron con el guión y vencían por 1-2, hasta que el colegiado del encuentro, Victoriano Sánchez Arminio, señaló un penalti a favor de los locales en los instantes finales. Quedaban apenas dos minutos de partido. Parecía que la maldición iba a repetirse. Pero, en esta ocasión, Urruti detuvo el esférico. Y, con su acción, desató una sensación de euforia que muy bien supo transmitir Joaquim Maria Puyal.

El idilio del meta con las penas máximas se mantuvo en la lucha por la deseadísima Copa de Europa en la temporada 1985-86. Frente al Goteborg, en semifinales, tras caer por 3-0 en Suecia y firmar el mismo resultado en el Camp Nou, fue también del todo decisivo. En la final, ante el Steaua de Bucarest, en Sevilla, aunque consiguió detener dos lanzamientos del conjunto rumano, el héroe de la noche fue Helmut Ducadam, capaz de dejar su portería a cero incluso durante la fatídica tanda de penaltis.

Urruti fue todo un ídolo para la afición azulgrana. Con la llegada de Ando ni Zubizarreta, en 1986, no obstante, acabó relegado a la suplencia. Ganó un trofeo Zamora como barcelonista y estuvo presente en tres mundiales, pero no llegó a disputar ningún partido en el máximo torneo futbolístico. En total, sus apariciones defendiendo los colores de la Roja pueden contarse con los dedos de una mano. En 1988, dos años después de la llegada de Zubizarreta, colgó definitivamente los guantes como profesional. Tras su retirada, estuvo afiliado al partido Unió Democràtica e incluso fue candidato en unas elecciones al Parlamento Europeo. El 24 de mayo de 2001, tras ver con unos amigos por televisión cómo el Bayern de Múnich se imponía el Valencia en la final de la Champions en la tanda de penaltis, algo que él mismo había vivido sobre el césped con el Barcelona 15 años antes, falleció en un aparatoso accidente de coche en la barcelonesa Ronda de Dalt, a los 49 años de edad. Su recuerdo, desde luego, vivirá para siempre en la memoria de aquellos para cuya parada, como le pasó a Puyal, desató toda una oleada de amor de penalti.

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