Desde mi humilde punto de vista, la manera de entender la vida de un portero tiene mucho que ver con la que podría tener una estrella del rock más duro. Individualismo, rebeldía (¿a quién se le ocurre dedicarse a frustrar lo que, por definición, es el objetivo último del fútbol?), un carácter fuerte y, por qué no decirlo, a veces una cierta tendencia autodestructiva (lanzarse a los pies de un delantero o intentar frenar completamente un objeto esférico que se acerca a veces a 100 kilometros por hora serían algunos ejemplos de ello) son características que se pueden encontrar en ambos casos. Los dos, además, se crecen cuando se ven rodeados de focos y, si bien unos más que otros, es cierto, arrastran auténticas pasiones.
Por todo ello, no creo que sea muy raro que haya más de un guardameta que se deje seducir por los ritmos más salvajes. Víctor Valdés, por ejemplo, se declaró ya hace tiempo seguidor de AC/DC. David de Gea, mientras, no dudaba en mostrar a través de su cuenta de Twitter esta misma semana sus preferencias musicales, igual de contundentes. Que yo sepa, a ninguno le ha dado por coger un micro y plantarse encima de un escenario. Algo que sí ha estado haciendo el argentino Germán Burgos.
Nacido el 16 de abril de 1969 en Mar del Plata, y conocido futbolísticamente como El Mono, Burgos debutó como profesional en 1989 en Ferro Carril Oeste, club en el que permanecería durante cinco temporadas para pasar después a River Plate, entidad con la que consiguió sus mayores triunfos: cuatro torneos Apertura, un Clausura, la Copa Libertadores y la Supercopa Sudamericana. En 1999, cruzó el charco para incorporarse a las filas del Mallorca, su primer club en la Liga española. Tras un par de campañas, fichó por el Atlético de Madrid en 2001. Su carisma lo convirtió en uno de los símbolos del club colchonero, que había descendido a los infiernos de la Segunda División al acabar la temporada 1999-2000 y que lograría regresar a la máxima categoría del fútbol español con el argentino bajo palos. No es de extrañar que él, precisamente, fuera el protagonista de la campaña con la que se celebró el ascenso.
Como portero, desde luego, Burgos tenía muy grandes argumentos. Las notas que acompañan sus intervenciones en el vídeo, además, son de una de sus canciones, Bailando con la muerte. Algo que él mismo vivió muy de cerca en 2003. Tras diagnosticársele un cáncer de riñón, tuvo que dejar momentáneamente la práctica del fútbol para someterse a un tratamiento que resultó del todo exitoso. En 2004, no obstante, se decidió a colgar los guantes. Según dijo él mismo, tras matar al futbolista, era momento de dar paso del todo al rockero. The Garb, por sus iniciales, es el nombre de su última formación. Una de las anteriores había llevado el nombre de Simpatía, en referencia a la canción de los Rolling Stones Sympathy for the Devil.
Pero el gusanillo del fútbol seguía ahí. Ya se sabe. Como los rockeros, los viejos porteros nunca mueren. Esta vez, no obstante, cambió los guantes por el banquillo. Tras pasar por las filas del Racing de Avellaneda con Diego Simeone, se sumó a su aventura como técnico en el Atlético. Una aventura más que fructífera: por ahora, suma una Copa del Rey, una Supercopa de Europa y una Copa de la UEFA. Y, desde luego, sigue teniendo mucho carácter. Muchísimo. Durante un derbi con el Real Madrid, no dudó en encararse con el portugués José Mourinho lanzándole un desafiante "yo no soy Tito, yo te arranco la cabeza", en referencia al tristemente famoso incidente entre el luso y el actual primer entrenador del Barcelona. Muy posiblemente, le gusta vivir su vida como entrenador tal y como lo hacía como futbolista: a ritmo de rock.
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